La semilla que cayó en tierra buena es como el que oye el mensaje y lo entiende; éste da fruto, sea ciento, sesenta o treinta

Evangelio: Mateo 13,18-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Así pues, escuchad vosotros lo que significa la parábola del sembrador.  Hay quien oye el mensaje del Reino, pero no lo entiende; viene el maligno y le arrebata lo sembrado en su corazón. Éste es como la semilla que cayó al borde del camino.  La semilla que cayó en terreno pedregoso es como el que oye el mensaje y lo recibe en seguida con alegría,  pero no tiene raíz en sí mismo, es inconstante y, al llegar la tribulación o la persecución a causa del mensaje, en seguida sucumbe.  La semilla que cayó entre cardos es como el que oye el mensaje, pero las preocupaciones del mundo y la seducción del dinero asfixian el mensaje y queda sin fruto.  En fin, la semilla que cayó en tierra buena es como el que oye el mensaje y lo entiende; éste da fruto, sea ciento, sesenta o treinta.

ORATIO

Gracias, Señor, por hacerme volver a ti. Tu voz, que con tanta suavidad me dice: «¡Vuelve!», me hace sentir todo el amor que me tienes, tu espera, tu deseo de mí. Tú me deseas más a mí que yo a ti. Si me alejo de ti, tú continúas buscándome; si no escucho tu voz, tú continúas esparciendo como semilla tu Palabra, de manera abundante. Si dejo caer tu invitación en la nada, tú me la renuevas cada día; más aún, en cada instante.

Gracias, Señor, por tu fidelidad. Me hace bien saber que eres así, no para alargar el tiempo de mi retorno sosegándome según mi conveniencia, sino para no desanimarme cuando me dé cuenta de que sigo preso en condicionamientos interiores y exteriores de los que todavía no me he liberado.

Gracias, Dios fiel, por continuar pronunciando tu Palabra para mí. Con la fuerza y el apoyo de tu Espíritu sé que puedo caminar por el camino de la conversión, del retorno a la verdadera casa tuya y mía. Y escuchar en ella tu voz con el corazón desembarazado de todo lo que hasta ahora me ha bloqueado para vivir como hijo, para llamarte y sentirte como eres: mi padre. Ahora comprendo, Dios mío, que ése es el fruto que puedo dar y que tú esperas de mí.

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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