He manifestado tu Nombre a los hombres

Martes de la séptima semana de pascua


Lectio

 

Evangelio: Juan 17,1-11a

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos y exclamó: Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique. Tú le diste poder sobre todos los hombres para que tu Hijo te glorifique. Tú le diste poder sobre todos los hombres para que él dé la vida eterna a todos los que tú le has dado. Y la vida eterna consiste en esto: en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, tu enviado. Yo te he glorificado aquí en el mundo cumpliendo la obra que me encomendaste. Ahora, pues, Padre, glorifícame con aquella gloria que ya compartía contigo antes de que el mundo existiera.

Yo te he dado a conocer a aquellos que tú me diste de entre el mundo. Eran tuyos, tú me los diste, y ellos han acepta-do tu Palabra. Ahora han llegado a comprender que todo lo que me diste viene de ti. Yo les he enseñado lo que aprendí de ti, y ellos han aceptado mi enseñanza. Ahora saben, con absoluta certeza, que yo he venido de ti y han creído que fuiste tú quien me envió.

Yo te ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque te pertenecen. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. Ya no estaré más en el mundo; ellos continúan en el mundo, mientras yo me voy a ti.


ORATIO

Infunde en mi corazón, Señor, los dones de la ciencia y de la sabiduría, para que pueda conocerte cada vez mejor, para que pueda gustarte cada vez mejor, para que pueda amarte cada vez mejor, para que pueda poseerte cada vez mejor. Si me abandonas a mí mismo poco después de haber leído estas palabras tuyas, consideraré más importante algo urgente que tenga que hacer y correré el riesgo de olvidarte.

Concédeme el don del consejo, para que te busque y te conozca incluso en medio de las ocupaciones que me esperan dentro de poco. Concédeme el don del discernimiento, para que pueda optar por ti en todas las cosas, según la enseñanza de tu Hijo. Concédeme ver brillar la luz de tu rostro en todo rostro humano, para que siempre te busque a ti y sólo a ti. Concédeme el instinto divino de buscar que seas glorificado y conocido, antes y más de lo que pueda serlo yo.

Y perdóname desde ahora si te olvido, si persigo de una manera impropia las cosas de esta tierra, si me lleno con frecuencia de nociones y sentimientos que no me unen a ti. No me abandones a mí mismo, Señor, porque tú eres mi vida, tú eres la vida eterna.


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La pregunta que orienta, durante nuestra breve existencia, gran parte de nuestro comportamiento es la siguiente: «¿Quién soy?». Las tres respuestas que solemos dar, por lo general, son éstas: «Somos lo que hacemos, somos lo que los otros dicen de nosotros, somos lo que tenemos» o, con otras palabras: «Somos nuestro éxito, nuestra popularidad, nuestro poder». Jesús vino a anunciarnos que una identidad basada en el éxito, en la popularidad y el poder es una falsa identidad: es una ilusión. Jesús dice alto y fuerte: «No seáis lo que el mundo hace de vosotros, sino hijos de Dios» (Nouwen).

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila 

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