Mensaje de Apertura CV Asamblea Plenaria de la CEM

Mensaje de Apertura

Cardenal José Francisco Robles Ortega

Arzobispo de Guadalajara

Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano

 

9 de abril de 2018

 

Señores Cardenales,

Encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica

Señores Arzobispos y Obispos,

Señores Presbíteros,

Consagradas y Consagrados,

Hermanos Laicos:

 

Introducción

“Caminando, pues, la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como esposa digna de su Señor”[1].

Con estas palabras, el Concilio Vaticano II, nos recuerda que la Iglesia es un Pueblo que camina. Y que camina en medio de un terreno particular, pavimentado de tribulaciones pero sostenida por la gracia: la Iglesia es el Pueblo de Dios que camina en la historia, y la historia es una mezcla compleja en la que la fragilidad convive con el esfuerzo de Dios para salvarnos. La centésima quinta Asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano es un signo de que el caminar del Pueblo de Dios no cesa.

Los escenarios sociales y eclesiales que vivimos se transforman a velocidad acelerada. No es fácil estar al día y mucho menos comprender cabalmente los procesos en los que nos encontramos inmersos. Por eso, más que nunca, es útil intentar alzar la mirada, para que con algo más de perspectiva podamos interpretar un poco mejor el significado del entorno inmediato.

  1. El Proyecto Global Pastoral de la CEM 2031 – 2033.

Precisamente, buscando una perspectiva superior y no exentos de dificultades, los obispos hemos nuevamente realizado un camino de reflexión y discernimiento que nos ha conducido a madurar nuestro Proyecto Global Pastoral. Como todos recordamos el propio Papa Francisco nos ha pedido “un serio y cualificado proyecto”[2] que le permita a la Iglesia en México afrontar retos nuevos y complejos.

Las primeras versiones de nuestro texto, no obstante el incesante esfuerzo, no lograban una total aceptación. Sin embargo, en México sabemos bien que los procesos lentamente decantan la sabiduría que la Iglesia necesita, y hoy nos encontramos delante de un texto mucho más logrado, mucho más agudo, que precisamente nos ofrece una perspectiva que trasciende la coyuntura sin negarla.

Los documentos del episcopado mexicano no son perfectos pero a través de la historia han mostrado tener una perspectiva profética y sapiencial singular. Recordemos la Carta Pastoral del año 2000 Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos, el documento Cristo es nuestra paz, o Educar para una nueva sociedad. Todos ellos, son un tesoro aún vigente que tenemos que aprender a apreciar no sólo en su resultado final sino principalmente en su método: escuchar y observar con humildad, discernir a la luz del evangelio y activar procesos que en muchas ocasiones dan frutos inesperados, más allá de nuestros planes.

Sobre todo cuando es construida en un clima de oración, comunión y discernimiento serio, la palabra de los obispos contribuye no sólo a engrosar libreros sino a cuestionar consciencias y a desafiar libertades. En la más reciente versión del Proyecto Global Pastoral que hemos podido leer, por ejemplo, se afirma:

A la luz del acontecimiento redentor de Nuestro Señor Jesucristo y del encuentro de Nuestra Madre de Guadalupe, hemos podido contemplar la realidad de esta nueva época, y queremos fortalecer y renovar nuestro esfuerzo por hacer presente el Reino de Dios en esta situación concreta de nuestro país; tomar en nuestras manos el mandato de la Morenita del Tepeyac de construir esa “casita”, donde sean los pobres y humildes los primeros en la Iglesia, que sean ellos los que orienten el horizonte de nuestra conversión y fecunden el sentido de nuestra vida[3].

La Iglesia Católica, a la que servimos, que peregrina en esta tierra mexicana está llamada a aportar de manera humilde, respetuosa, dialogante e incluyente, pero valiente y proféticamente, lo que le es propio desde su fe a la construcción de este “santuario de vida” que es nuestra sociedad, donde nadie se quede fuera y pueda tener las condiciones necesarias para vivir con dignidad sin ninguna clase de exclusión. Nos sentimos llamados también a reconstruir este santuario sagrado que es nuestra Iglesia, como el Pueblo de Dios que desea, en comunión y fraternidad cristiana, anunciar y dar testimonio de la alegría del Evangelio[4].

Estos dos pequeños parágrafos sintetizan bastante bien, en mi opinión, las pretensiones de nuestro nuevo Proyecto Global Pastoral. Mirar alto para actuar en concreto. Iluminar con la fe la complejidad social y eclesial que tenemos delante. Seguir con fidelidad, tras las huellas de San Juan Diego, a Jesucristo que por medio de Santa María de Guadalupe, nos invita a continuar construyendo en todo el territorio nacional un espacio de comunión, de inclusión y de solidaridad con todos, en especial, con los más heridos y olvidados. De este modo, haciendo Iglesia construimos sociedad.

Este mismo enfoque nos puede ayudar a mirar, también, por qué no, el reto que tenemos en los meses que siguen.

  1. El proceso electoral 2018

El 19 de marzo pasado la Conferencia del Episcopado Mexicano dio a conocer el documento “Participar para transformar. Mensaje de los obispos mexicanos con motivo del proceso electoral 2018”. La acogida en la prensa fue bastante buena. Sin embargo, aún falta difundir esta palabra de los obispos entre todos los fieles para que nuestra Iglesia pueda encontrarse con luz, discernimiento y esperanza. Entre otras cosas, hemos querido recordar en este texto algo que el Papa Paulo VI consideraba fundamental y que en el actual escenario es preciso afirmar una y otra vez:

“En las situaciones concretas, y teniendo siempre en cuenta la solidaridad que nos es debida, es necesario reconocer una legítima variedad de opciones [políticas] posibles. Una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes.” (Cfr. Paulo VI, Octogesima Adveniens, 50). Esto quiere decir que la fe cristiana trasciende las propuestas políticas concretas y deja en libertad a los fieles, para que elijan en conciencia de acuerdo a los principios y valores que han descubierto en la experiencia de la fe[5].

Las recurrentes acusaciones que algunas personas y sectores nos hacen respecto de que la Iglesia se mete en política pueden encontrar en esta tesis un encuadre más justo y verdadero. Como pastores no debemos inducir el voto hacia partido o candidato alguno. Sin embargo, debemos anunciar con valor el evangelio y los valores esenciales que la verdad del hombre revelada en Cristo nos comunica.

Me atrevo a insistir en la difusión, lo más ampliamente posible, de nuestro mensaje episcopal debido a que se encuentra muy extendida aún una cierta perplejidad entre nuestros fieles respecto de qué hacer al enfrentar el desafío de la boleta electoral. Como todos sabemos en las más recientes encuestas la cantidad de “indecisos” aún es considerable y muy posiblemente una porción importante de ellos está integrada por fieles católicos que al no encontrar una propuesta totalmente satisfactoria a la conciencia cristiana piensan cosas como las siguientes:

“No hay que votar debido a que no hay un candidato o un partido que afirme sin titubeos los valores innegociables del cristiano”.

“No hay que participar en las elecciones debido a que todos los políticos son corruptos”.

“Hay que votar por el mal menor”.

Estos y otros argumentos similares se escuchan aquí y allá, en todos los ambientes. Por una parte, estas ideas nos hablan de una profunda insatisfacción ciudadana, de un profundo desencanto ante quienes nos gobiernan, sean del Partido que sean.

Pero, también en todas estas expresiones, existe una cierta trampa. La Doctrina social de la Iglesia siempre ha partido de la conciencia sobre la herida del pecado al interior de la condición humana y la misteriosa pero real presencia de la gracia. Por ello, la antropología cristiana no cae en los extremos del pesimismo o del optimismo tan propios de las filosofías políticas modernas. Esto tiene como consecuencia que los católicos concebimos a la política dentro de un marco realista, siempre construida con luces y sombras, siempre tentada  por la injusticia y la mentira y siempre llamada a buscar el bien común.

Nunca en el territorio de la política hay soluciones perfectas y promesas aseguradas. La política versa sobre lo contingente, sobre lo opinable, sobre lo posible. De nuestra fe y de sus valores permamentes no es por ello posible deducir de manera directa la pertenencia o simpatía hacia una fórmula política concreta, por más cristiana que parezca. El evangelio siempre trasciende las ideologías políticas. Y los cristianos, aún participando en luchas particulares, deben ser conscientes de ello.

Justamente nuestro documento sobre el proceso electoral 2018 intenta animar a los católicos a que salgan de este pasmo y participen activa y alegremente, con realismo y sinceridad, en las próximas elecciones.

La alternancia que vivimos en el año 2000 fue muy grande y trascendente. Sin embargo, un día después de las elecciones muchos de nosotros como sociedad hicimos la pregunta incorrecta: “¿Cómo va a resolver los problemas de México el nuevo Presidente?”, “¿Cómo va a atender el dolor de los pobres, la falta de educación, de empleo, de salud y de vivienda?”, etcétera.

Es muy importante que en el año 2018, la Iglesia contribuya a que todos hagamos preguntas en la dirección adecuada, asumiendo nuestro protagonismo como ciudadanos responsables, y cuando sea el caso, como cristianos verdaderamente comprometidos: “¿Cómo vamos a contribuir ¡todos! a resolver los problemas de México?”, “¿Cómo vamos a atender el dolor de los pobres?”, “¿Cómo vamos a ayudar a quien gane para que no caiga en la tentación de la autorreferencialidad, la vanidad, la corrupción y la prepotencia?”.

Esto es tomar en serio la teología del Pueblo que hoy el Papa Francisco con tanta pertinencia nos recuerda: el Pueblo de Dios está llamado a fortalecer al Pueblo como sujeto. La Iglesia está llamada a anunciar el evangelio, y de este modo, a ensanchar los corazones, las conciencias y las solidaridades de todos los mexicanos para que realmente hagamos el bien posible. Este “bien posible” será tanto más grande cuanta mayor docilidad a la gracia tengamos.

Recientemente en un estudio de opinión bastante serio se han sondeado las preferencias políticas y las actitudes de los mexicanos nacidos entre 1980  y el año 2000, es decir, de los mexicanos entre 18 y 38 años[6]. No es aquí el momento de analizar el tema de por quién van a votar. Lo único que deseo señalar es que los resultados contradicen muchas de las convicciones que los adultos solemos tener respecto de los jóvenes. Este segmento lo integran 41 millones de votantes, casi la mitad del padrón electoral. Y para nuestra sorpresa, su anhelo de participar en el próximo proceso es muy alto. Y lo más importante, es que estos jóvenes, estos “millennials” como algunos les llaman, tienen esperanza.

Sí, tienen esperanza de que algo cambie. El Papa Francisco ha convocado a un Sínodo de jóvenes y para jóvenes. No cabe duda que tiene razón: ahí están las energías que tal vez algunos de nosotros adultos no hemos tenido para lograr un cambio y sostenerlo en el tiempo. Los jóvenes urbanos y no-urbanos, los jóvenes altamente educados y los que apenas tienen formación, los jóvenes varones y mujeres, a veces parecen apáticos, a veces parecen aburridos, a veces parece que no les interesa el bien común. Sin embargo, esto es falso. Lo que sucede es que nosotros somos los que los aburrimos. Pero ellos sí que desean movilizarse y luchar por un cambio positivo.

¡Qué gran desafío tenemos como Iglesia en los jóvenes! Los jóvenes poseen nuevos lenguajes, nuevos signos, nuevos resortes motivacionales que si logramos detectarlos e interpretarlos con empatía y simpatía descubriremos que no todo está perdido sino que la dosis de esperanza para la sociedad y para la Iglesia es muy grande. Jesús es el  eterno joven y habita en muchas de estas nuevas inquietudes y perfiles.

Tengo la impresión que la realidad nos está empujando cada vez más a que entendamos que tenemos un gran reto educativo por delante. Tenemos que evangelizar educando y educar evangelizando. Tenemos que construir caminos para que los jóvenes crezcan y avancen por rutas que nosotros mismos no hemos previsto pero que si descubren a Cristo conducirán a la sociedad y a la propia Iglesia a una nueva primavera.

Dicho de otra manera: ¿qué significa a la luz de la fe la coyuntura presente?

Creo que cada uno de nostros puede dar una respuesta rica y complementaria. Sin embargo, en mi opinión, mirando el rostro de Jesucristo joven y mirando el rostro de nuestro pueblo que ha sufrido tanto, intuyo que Dios nos pide quemar la vida por los jóvenes. Amarlos de corazón. Y eso signfica, amar su dignidad y aprender a amar también su libertad.

  1. El desafío migratorio

No quiero extenderme mucho más. Sin embargo, no puedo omitir mencionar que la conciencia cristiana no puede ser indiferente tampoco a las medidas que el gobierno de los Estados Unidos toma respecto de nuestros paisanos. La presencia de fuerzas militares apoyando a las autoridades migratorias norteamericanas ya son parte de un muro que se está construyendo. Un muro político y militar. Un muro indigno.

Los muros separan. Los muros son violencia silenciosa que aplasta la dignidad de las personas, en especial, de los más necesitados. El Papa Francisco nos ha dicho: “En el contexto social y en el civil, apelo a no crear muros sino a construir puentes. No respondan a la maldad con maldad. Derroten a la maldad con el bien.” [7]

Por esto, tal vez como nunca, tenemos que encontrar múltiples estrategias para la construcción de puentes entre las Iglesias particulares de los Estados Unidos y las nuestras. Hace falta una voz unida, “en puente”, que resuene fuerte tanto en México como en Estados Unidos. Es altamente riesgoso para nuestra gente tener una frontera semi-militarizada. Jesucristo, migrante, puede volver a ser ejecutado al intentar cruzar por la frontera.

Pidamos una vez más, a la Santísima Virgen de Guadalupe, Madre del verdadero Dios por Quien se vive, y Patrona de nuestra libertad, que interceda por nosotros, para que fieles al ministerio que se nos ha confiado, podamos dar testimonio prudente y valiente de Jesucristo en el delicado momento actual.

¡Muchas gracias!

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