El que tenga oídos para oír que oiga

Miércoles

Evangelio: Mateo 13,1-9

Aquel día salió  Jesús de casa y se sentó junto al lago.  Se reunió en tomo a él mucha gente, tanta que subió a una barca y se sentó, mientras la gente estaba de pie en la orilla. Y les expuso muchas cosas por medio de parábolas. Decía: Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino, pero vinieron las aves y se la comieron.  Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó en seguida porque la tierra era poco profunda,  pero cuando salió el sol se agostó y se secó porque no tenía raíz. Parte cayó entre cardos, pero éstos crecieron y la ahogaron.  Finalmente, otra parte cayó en tierra buena y dio fruto: un grano dio cien, otro sesenta, otro treinta.  El que tenga oídos para oír que oiga. 

 

MEDITATIO: 
En el capítulo 13 de Mateo encontramos siete parábolas que tienen como objeto el misterio del Reino de Dios. El evangelista sitúa este discurso -el tercero de los cinco con que estructura la predicación de Jesús- detrás de la crisis originada por el conflicto que, poco a poco, se ha ido agudizando entre Jesús, por una parte, y los fariseos y los maestros de la Ley, por otra. Un conflicto condensado en torno a las cuestiones de la observancia del sábado y del origen del poder taumatúrgico de Jesús (cf. Mt 12,1-14.22-32).
Con la primera parábola propuesta en el fragmento litúrgico de hoy, llama Jesús la atención sobre una imagen bien conocida de la gente a la que está hablando, y que revela algo de su misma persona en relación con la Palabra que es él y que ha venido a anunciar. 

 

ORATIO

Me conmueve, Señor, tu ternura conmigo, la confianza que me demuestras y con la que me acompañas desde el primer momento en que empecé a existir. Me vienen a la mente las palabras del salmista: «Tú conoces lo profundo de mi ser, nada mío te era desconocido cuando me iba formando en lo oculto y tejiendo en las honduras de la tierra» (Sal 139,14-15). Gracias, Señor, por tanta atención: ése es tu estilo, tu modo de obrar. Ayúdame a no olvidarlo cuando, frente a ciertos acontecimientos de la vida, reacciono denunciando tu ausencia o incluso sintiéndote hostil.Me tienes en tanta estima que me has llamado para colaborar contigo. Me confías lo más precioso que tienes, la Palabra, que está al comienzo de todo: de la creación, de la redención, de la santificación. Perdóname, te lo ruego, la superficialidad con que me pongo ante tu don y ante la misión que me propones. Perdóname las incertidumbres y las resistencias. Estas expresan que vivo más replegado en mí mismo que «capturado» en mi corazón por la gran benevolencia que me muestras. 

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Àvila 

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