¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?

Evangelio: Mateo 14,2236

Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.» Él le dijo: «Ven.» Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.» Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto, y cuantos la tocaron quedaron curados.

El evangelio nos presenta un momento de oración y de soledad del Maestro. «Después, subió al monte para orar a solas. Al llegar la noche estaba allí solo». La semejanza con Moisés, orante y amigo de Dios, nos sugiere la aproximación de ambos personajes. Pero Jesús es el Hijo que ora al Padre. Una oración intensa, que dura toda una noche. Sobre el fondo de esta presentación, se manifiesta su dimensión divina, caminando sobre las aguas. Las palabras del Maestro tranquilizan a los discípulos, llenos de miedo. Y Pedro, quiere caminar como Jesús. Pero, a punto de hundirse, el miedo le hace implorar la salvación: «¡Señor, sálvame!». Jesús, le reprocha su miedo y su falta de fe (v. 31), y se presenta ante nosotros como Salvador, a la luz de su superioridad divina.

MEDITATIO

Los fragmentos de la Escritura ponen el acento en la presencia e intervención de Dios en nuestra vida cotidiana. Es una presencia fuerte, «manifestadora de Dios». Se nos muestra situado en el centro de la vida y de la historia y que podemos alcanzarlo a través de la oración. Moisés aparece como el confidente de Dios. La tienda es el lugar visible donde Dios le sale al encuentro. El Dios amable y dialogante, lo defiende y se le manifiesta como amigo, dispuesto a escuchar su oración.

Jesús, el Hijo predilecto, más grande que Moisés, es también un orante; es el lugar de la oración, la nueva tienda del encuentro donde Dios se hace presente, el nuevo templo donde Dios se reúne con los hombres. Jesús, mientras ora durante la noche, se convierte en la tienda del encuentro, iluminado por la gloria del Señor. Una gloria que le envuelve y en la que manifiesta su grandeza. El Jesús que camina sobre las aguas es el Dios liberador, el Creador que domina sobre su criatura. Y es el Dios que se manifiesta con realismo de un hombre, no un fantasma, a pesar del temor que despierta verle caminar sobre el agua. Y pide fe y confianza en su persona. En la oración de Moisés se manifiesta nuestra oración de intercesión, que nos hace amigos y confidentes. En la oración de Pedro se manifiesta nuestra necesidad de salvación.

ORATIO

Señor, nos gustaría vivir en tu presencia, como Moisés, tu siervo amigo; como Jesús, tú Hijo amadísimo. Sabemos que, para Moisés, la tienda era el lugar del encuentro. Mas para Jesús, también el cosmos era la tienda cubierta por la bóveda celeste, iluminada por las estrellas brillantes, lugar de la presencia de nuestro inmenso Padre y Creador.

Concédenos experimentar en la oración, prolongada también algunas veces durante la noche, tu viva participación en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana; concédenos sentir que siempre estás despierto para escuchar y acoger nuestra súplica. Queremos ser como Moisés, que hablaba contigo como un amigo habla con su amigo. Más aún, como Jesús, inmerso en tu corazón de Padre. Concédenos la sabiduría de una oración de súplica como la de Pedro: «¡Señor, sálvame!». Pero también la generosa intercesión de la oración de Moisés por todas aquellas personas a las que amamos y queremos que se salven en el cuerpo y en el espíritu: «¡Oh Dios, sánalas, por favor!».

CONTEMPLATIO

Y Jesús subió a la montaña, a orar en un lugar apartado. ¿A orar por quién? Por las muchedumbres, para que, después de haber comido los panes de la bendición, no hicieran nada malo; y también por los discípulos, a fin de que, obligados a subir a la barca, no tuvieran que sufrir ningún mal, ni por las olas que sacudían la barca, ni por el viento contrario.

Si un día tenemos que debatirnos en medio de las pruebas, recordemos que fue Jesús quien nos obligó a subir a la barca porque quería que le precediéramos en la otra orilla. No es posible llegar a la otra orilla sin sostener las pruebas de las olas y de los vientos contrarios. Después, cuando nos veamos rodeados de penosas dificultades y estemos cansados, deberemos pensar que nuestra barca está en medio del mar, agitada por olas que quieren hacernos naufragar en la fe […]. Y cuando veamos que se nos aparece el Logos, nos sentiremos turbados hasta que hayamos comprendido claramente que el Salvador ha venido a nosotros […].

Él nos dirá: «¡Animo! Soy yo, no temáis». Inmediatamente después, mientras Pedro esté todavía hablando y diciendo: «¡Señor, sálvame!», el Logos extenderá su mano, lo cogerá en el momento en que empieza a hundirse y le reprenderá por su poca fe y por haber dudado. Pero no dice: «Incrédulo», sino: «¡Hombre de poca fe!», y que añade también: «¿Por qué has dudado y, aun teniendo la fe, te has inclinado hacia el lado contrario? (Orígenes, Comentario al evangelio de Mateo I, Roma 1998).

ACTIO

Repite: «¡Señor, sálvame!» (Mt 14,30b).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Practicamos la intercesión; oramos por aquellos que nos aman. Pero nos limitamos a una llamada dirigida a Dios, afligida y sincera: «¡Señor, ten piedad!», «¡Señor, ayúdanos! ¡Ven en ayuda de los que están necesitados!» Es una especie de recordatorio de lo que es imperfecto en este mundo. Pero ¿cuántas veces estamos dispuestos a hablar como Isaías cuando oye preguntar a Dios: «¿A quién enviaré?» (Is 6,8)? ¿Cuántas veces estamos dispuestos a decir: «Aquí estoy, Señor, envíame»? Sólo así puede convertirse nuestra intercesión en lo que es por naturaleza. (A. Bloom).

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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