Fiesta de Todos los Santos: una gran sinfonía en la que todos podemos entrar
Pastoral de la Comunicación
Tijuana, B.C.- En la familia se festejan de modo especial los aniversarios, cumpleaños, onomásticos de los miembros más destacados, como el padre o la madre, los hermanos, abuelos y amigos. Así, ocurre también en la familia de Dios que es la Iglesia, como advierte el libro del Apocalipsis, los santos constituyen «una gran multitud que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas» (Ap 7, 9.) Como si de un “concierto” se tratase el camino de la historia de la Iglesia, en cada santo o santa asemeja a quien toca un instrumento distinto, con sus propias tonalidades y armonía pero en la comunión de los santos, a la cual nos vamos asomando a lo largo del año litúrgico. El Papa emérito Benedicto XVI, comparó a los santos con un gran «conjunto de instrumentos que, aun con su individualidad, elevan a Dios una única gran sinfonía de intercesión, de acción de gracias y de alabanza» (Audiencia, 25-IV-2012).
Por su parte, las artes plásticas en sus expresiones cristianas dan testimonio del Cristo rodeado de santos: hombres y mujeres, adolescentes, jóvenes, ancianos, doctos, papas, monarcas, monjes, soldados, vírgenes, padres de familia, de todos los ambientes y lugares, de todas las razas y culturas.
La devoción a los santos; la insondable riqueza de la santidad cristiana ha sido continuamente recordada y meditada por la Iglesia a la luz de la Palabra de Dios. La Liturgia celebra con amor cada año a sus hijos que han pasado por el mundo, como Jesús, «haciendo el bien» (Hch 10, 38), siendo vivas luminarias para sus hermanos los hombres, ayudándoles a ser felices en esta tierra y en la vida futura. Por ello, la fiesta de Todos los Santos que celebramos significa sobre todo, celebrar los dones de Dios, las maravillas que Dios ha obrado en la vida de estas personas, su respuesta a la gracia de Dios, el hecho de que seguir a Cristo con todas las consecuencias es posible. Una multitud inmensa de santos canonizados y otros no canonizados.
De forma, que a lo largo de la historia, son innumerables los hombres y mujeres que han puesto por obra las palabras de Jesús: «ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto», (Mt 5, 48); «Cada estado de vida conduce a la santidad, ¡siempre! En tu casa, por la calle, en el trabajo, en la Iglesia, en ese momento y en tu estado de vida se abrió el camino hacia la santidad» (Francisco, Audiencia, 19-XI-2014).
El escritor francés J. Guitton, afirmaba que los santos son como «los colores del espectro en relación con la luz» (Oeuvres Complètes 2, Paris: 1968, 933) Cada uno expresa, con tonalidades y brillos propios, la luz de la santidad divina. Los santos son estrellas de Dios, que dejamos que nos guíen hacia aquel que anhela nuestro ser» (Benedicto XVI, Homilía, 6-I-2012.) Ya que la vida de una persona que ha luchado por identificarse con Cristo constituye una gran apología de la fe, su noble luz resplandece en medio del mundo. Si en ocasiones parece que la historia de los hombres está gobernada por el reino de la oscuridad, se debe posiblemente a que estas luces brillan en menor número o más tenuemente: «estas crisis mundiales ―apuntaba san Josemaría― son crisis de santos» (S. Josemaría, Camino, n. 301)
Como animaba el papa Francisco: «Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada sólo para quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicarse exclusivamente a la oración. Alguno piensa que la santidad es cerrar los ojos y poner cara de santito. ¡No! No es esto la santidad. La santidad es algo más grande, más profundo que nos da Dios. Es más, estamos llamados a ser santos precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día» (Francisco, Audiencia, 19-XI-2014).
En el día de todos los santos es una invitación a engrandecer esa lista de santos anónimos con nuestras vidas. No es un día para ser recordados por nuestras obras.