Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?

Sábado de la séptima semana de pascua

 

LECTIO

Evangelio: Juan 21, 20-25

En aquel tiempo, Pedro miró alrededor y vio que, detrás de ellos, venía el otro discípulo al que Jesús tanto quería, el mismo que en la última cena estuvo recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Cuando Pedro Io vio, preguntó a Jesús: Señor, y éste ¿qué? Jesús le contestó: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme. Estas palabras fueron interpretadas por los hermanos en el sentido de que este discípulo no iba a morir. Sin embargo, Jesús no había dicho a Pedro que aquel discípulo no moriría, sino: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?». Este discípulo es el mismo que da testimonio de todas estas cosas y las ha escrito. Y nosotros sabemos que dice la verdad. Jesús hizo muchas otras cosas. Si se quisieran recordar una por una, pienso que ni en el mundo entero cabrían los libros que podrían escribirse.

 

MEDITATIO 

 

La Iglesia conoce dos vidas, que la predicación divi­na le ha enseñado y recomendado. Una de ellas es en la fe, la otra es en la clara visión de Dios; una pertenece al tiempo de la peregrinación en este mundo, la otra a la morada perpetua en la eternidad; una se desarrolla en la fatiga, la otra en el reposo; una en las obras de la vida activa, la otra en el premio de la contemplación; una intenta mantenerse alejada del mal para hacer el bien, la otra no tiene que evitar ningún mal, sino sólo gozar de un inmenso bien; una combate con el enemigo, la otra reina sin más contrastes; una se afana por vencer, la otra goza tranquila en paz de los frutos de la victoria; una pide ayuda bajo el asalto de las tentaciones, la otra, libre de toda tentación, se mantiene en alegría en el seno mismo de aquel que le ayuda; una está sometida a duras pruebas que la preservan del orgullo, la otra está tan colmada de gracia que se siente libre de toda aflicción, tan estrechamente unida al sumo bien, que no está expuesta a ninguna tentación de orgullo; una discierne entre el bien y el mal, la otra no contem­pla más que el bien. En consecuencia, una es buena, pero se encuentra todavía en medio de las miserias; la otra es mejor porque es beata. La vida terrena está re­presentada en el apóstol Pedro; la eterna, en el apóstol Juan.  (Agustín, Comentario al evange­lio de Juan).

ORATIO

Ayúdame, Señor, a soportar los males en la tierra de los que hemos de morir para gozar de tus bienes en la tierra de los vivos.

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila 

 

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