Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca

Miércoles de la segunda semana de pascua

LECTIO

Evangelio: Juan 3,16-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no será condenado; por el contrario, el que no cree en él ya está condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios. El motivo de esta condenación está en que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque hacían el mal. Todo el que obra mal detesta la luz y la rehúye por miedo a que su conducta quede al descubierto. Sin embargo, el que actúa conforme a la verdad se acerca a la luz para que se vea que todo lo que él hace está inspirado por Dios.

 

ORATIO

Debo convencerme, Señor, de que, cuando tú quieres algo, eres irresistible. Pero no debo inquietarme ni tener miedo, ni deprimirme, ni rendirme. Cuando tu Palabra parece encadenada, cuando tus anunciadores parecen encarcelados en un gueto, no puedo perder la confianza en tu poder, aunque ésta sea quizás la tentación más peligrosa de hoy. Concédeme la certeza interior de que tú estás con tus anunciadores y los asistes; la certeza interior de que yo debo anunciar; de que me pides el anuncio, no el éxito. Y es que el éxito te lo reservas para ti mismo, cuando quieres abrir las puertas de los corazones, cuando quieres preparar un nuevo público y un nuevo pueblo, cuando decides que tu Palabra debe reemprender la carrera por el mundo, el mundo geográfico y el mundo de los corazones.
Concédeme, Señor, no dudar nunca de tu ilimitado poder, estar convencido de que debo sembrar siempre tu Palabra, sin «adaptarla» demasiado, para que quizás sea mejor aceptada y acogida. Hazme humilde, confiado, fiel dispensador de tu Palabra en todo momento y circunstancia, incluso cuando siembro encerrado en la cárcel de mi aislamiento.

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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