Bi y Centenario
El tiempo pasa. Corre inexorable. El centenario de la revolución y bicentenario de la gesta de la Independencia, ambas mexicanas, están generando no pocas iniciativas, a cual más plausibles. La historia no deja de ser apasionante. Nos transporta en las alas del estudio, del conocimiento, a través del tiempo, nos lleva a desentrañar y desenterrar los escombros que ha dejado el pasado para recrearnos. Se trata de un ejercicio lúdico. Produce placer. En medios de la comunicación tanto impresa como digital o virtual, Universidades, Institutos, Escuelas, Iglesias y más, se despierta la curiosidad histórica. Deseamos saber de qué manera se desarrollaron los acontecimientos, quiénes fueron los protagonistas, cuáles fueron las causas y las consecuencias. La historia viene trayendo siempre un cargamento de lecciones. Aquello de que “historia magistra est vitae”, la historia maestra de la vida, tiene razón. El historiador es un acucioso investigador que rastrea en bibliotecas y documentos el pasado humano. Se sirve de fuentes, documentos, todo cuanto pueda servirle. El historiador ha de ser un lector incansable. Ya lo decía don Quijote: “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Una vez que ha recopilado una cantidad de información el siguiente paso es ordenar el material, meditarlo, sopesarlo, cribarlo. Aquí entra el criterio. Este se adquiere con la mucha lectura, con la experiencia, con una cierta sensibilidad, frialdad diría, objetividad histórica. Un cierto olfato histórico es necesario. Luego lo que sigue es presentar ese material. Será la biografía, la monografía, el ensayo, el artículo, el manual. Pero la historia conlleva un entorno interesante. El teatro, el cine, la novela llamada “histórica”, la literatura se nutren de la historia. En el caso de la revolución tenemos una cantidad de novelas históricas maravillosas como las de Mariano Azuela. Algunas han sido llevadas a la televisión como “el carruaje”. Quizá convenga mencionar que el centenario y bicentenario no agotan de manera alguna el proceso. En el caso de México por ejemplo estos sucesos no son temas encerrados. La historia de México es más amplia que los centenarios. Así como “natura non fit saltus” la naturaleza no suele dar saltos, tampoco la historia lo hace. Como corre la vida en un caminar continuo, igual que la vida humana así también sucede con la historia. En el caso del centenario y bicentenario de momentos bastante decisivos, determinantes, que en cierto modo cambiaron el rumbo del país, pues vale la pena retomarlos con esa advertencia. Por otra parte en México ha sucedido que la historia “oficial” que ha llegado hasta nosotros, no es necesariamente objetiva. Con frecuencia va cargada de ideologías y de idealismo. Con este motivo y por obra y gracia de los historiadores, están saliendo a la luz gestas, hechos, datos que no se conocían. Se trata de situaciones, detalles, debilidades de los llamados “héroes” que nos eran desconocidos. Los personajes de la revolución aparecerán de carne y hueso. Se trata, así lo piensan muchos, de reescribir en cierto modo la historia. No podemos menos que ver con buenos ojos todas las iniciativas al respecto. Ingenuo sería pensar que el cristianismo sea ajeno a los centenarios. Hay quienes están pidiendo que de parte de la Iglesia se organicen también conferencias o simposiums al respecto. En el caso de México la historia religiosa y la historia civil han caminado de la mano. La religión es parte de la historia. Las expresiones religiosas en el mundo del arte, del teatro, de la literatura, de la música, de la pintura, de la arquitectura están por todas partes. Son un patrimonio nacional. En la gesta de la Independencia participaron sacerdotes como Hidalgo y Morelos quienes con las debilidades humanas que no negamos, sin embargo no renunciaron nunca de su fe católica. Ni murieron, a lo que se sabe “excomulgados” sino más bien reconciliados con su Iglesia. En el caso de la revolución, el tema religioso aparece a pesar de que el liberalismo, la masonería, el positivismo, el bolchevismo combatieron con saña a la Iglesia católica. La “guerra cristera” es parte de la revolución. Se tuvieron los “arreglos”. Los tiempos han cambiado. Se ha pasado de una tradición de crispación pública, a relaciones mucho mas serenas y respetuosas, por más que haya quienes sigan insistiendo en el “estado laico”. Los historiadores sabrán dar cuenta de ello. Que la población de disponga a extraer las lecciones de la historia y a disfrutar a costa de quienes la protagonizaron y de quienes la escriben. Monseñor Eduardo Ackerman Durazo
Parroquia Santa María Reina de la Paz