El Bautismo del Señor
El Bautismo del Señor
Del santo Evangelio según san Mateo 3, 13-17
Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!». Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió.
Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».
ORATIO
Señor y Padre, nos llenan de alegría las muchas cosas que nos has revelado por tu Hijo Jesús, referentes a nuestra felicidad y a nuestra salvación eterna. A menudo, sin embargo, nos asalta el temor de no estar a la altura de corresponder plenamente a tu amor de Padre.
Pensamos con frecuencia en la vivencia de tu pueblo elegido, que en la “antigua alianza” endureció su corazón contra ti (cf. Ex 19,9-11); y más tarde, cuando enviaste a tu Hijo entre nosotros, los jefes del pueblo hicieron otro tanto con él, que habló y reveló tu rostro con mansedumbre y verdad. Y todo porque no han acogido tu Palabra en ellos, no han hecho espacio a tu presencia en su vida, no han hecho germinar la semilla de la Palabra de Jesús en su corazón.
Tú nos has enseñado que la fe nace sólo en el corazón de aquellos en quienes habita tu amor. Nosotros nos sentimos débiles y tenemos miedo de no estar a la altura en este camino de la Palabra interiorizada y vivida en lo cotidiano, en la verdad y en el amor fraterno. Haz que nunca endurezcamos nuestro corazón a tu reclamo paterno ni a la acción interior de tu Espíritu Santo. Y si alguna vez se da en nosotros la experiencia de la fragilidad humana y del corazón cerrado a tu Palabra o traicionamos el evangelio, escondiendo la injusticia bajo la apariencia de caridad, no nos abandones, y haznos recuperar de inmediato la paz interior y la comunión contigo, en la que reside nuestra verdadera y única alegría.
Porque tú eres Señor, Altísimo sobre toda la tierra, por encima de todos los dioses. (Sal 97,9)
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila