En aquel tiempo, Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido
Evangelio: Mateo 11,20-24
En aquel tiempo, Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido. «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú».
ORATIO
Señor Jesús, tú dijiste una vez: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» Jn 14,9. Haz que nosotros podamos ser también, aunque sea en una medida mínima, reflejo del Padre celestial, un pequeño rayo de luz emanada de su persona divina, y que así también nosotros podamos irradiar un poco de bondad, de perdón, de esperanza, de alegría, de confianza y de servicio generoso a los otros.
Haz que siempre podamos recordar nuestra vocación, nuestra dignidad, el insigne privilegio de estar verdaderamente insertados en la Trinidad divina, y que esta conciencia nos ayude a vivir intensamente las realidades que la fe nos ofrece, de tal modo que los otros, tal vez menos privilegiados que nosotros, puedan recibir un influjo benéfico del tesoro de gracia que nos ha sido concedido.
Te pedimos asimismo por aquellos a quienes llegará esta irradiación nuestra, a fin de que, no tanto con la palabra, como con nuestra vida y nuestras obras, puedan percibir la belleza de la vocación cristiana, de la fe, de la esperanza y de la caridad de Cristo y puedan sentir la fascinación de la filiación divina. Amén.
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila