Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies

Viernes 9a semana del  Tiempo ordinario

Evangelio: Marcos 12,35-37

En aquel tiempo, Jesús tomó la palabra y enseñaba en el templo diciendo: ¿Cómo dicen los maestros de la Ley que el Mesías es hijo de David? David mismo dijo, inspirado por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. Si el mismo David le llama «Señor», ¿cómo es posible que el Mesías sea hijo suyo? La multitud le escuchaba con agrado. 

 

ORATIO

Te doy gracias, Señor, por tu Palabra, que cada día ilumina mi vida y da sentido a lo que hago, porque me enseña y convence, me corrige y va formando en mí el hombre nuevo. Te doy gracias porque tu Palabra me da fuerza y me sostiene en las pruebas, porque en ella resplandece la verdad como el sol y es dulce como la miel. Pero te doy gracias también por aquellas veces en las que tu Palabra es oscura y misteriosa, dura y amarga y penetra en mí como «espada de doble filo», poniendo al desnudo mis miedos y heridas, los monstruos y demonios que hay dentro de mí, o me provoca a buscar donde no quisiera, allí donde no me lleva el corazón, más allá de mis gustos.Perdóname, Verbo del Padre, por todas las veces que he renunciado a la búsqueda y a dejarme guiar por la Palabra, perdóname porque otras veces he anunciado sin pasión tu Palabra y la he olvidado y confundido con otras palabras, y luego incluso la he hecho callar, por miedo o engorro, por vil complacencia o respeto humano, o porque sentía en mí su reproche antes que nada. Perdóname si he buscado en otra parte la roca donde construir mi casa.Te ruego que me concedas el valor de Pablo en las pruebas. Haz que aprenda, como Timoteo, a «permanecer fiel» a la Palabra y a lo que la Iglesia me ha enseñado, para que mi fe sea una fe recibida de la Escritura y probada por la vida. Concédeme, Jesús, tu arte de saber plantear las preguntas justas, a mí y a los otros, aquellas que no dejan vías de escape, a fin de que la Palabra me conduzca cada día más al umbral del misterio, de tu Misterio, y tenga la fuerza necesaria para anunciarlo. 

 

CONTEMPLATIO

Tú que escuchas prueba también a tener tu propio pozo y tu propia fuente, a fin de que también tú, cuando cojas en tus manos el libro de las Escrituras, puedas empezar a expresar asimismo por tu propia inteligencia una cierta comprensión. Según lo que has aprendido en la Iglesia, prueba tú también a beber de la fuente de tu espíritu, dentro de ti está la fuente de agua viva.Así pues, purifica tu espíritu para beber tú también, filialmente, de tus fuentes y sacar agua viva de tus pozos. Si has acogido, en efecto, en ti la Palabra de Dios, si has recibido de Jesús el agua viva y la has recibido con fe, se convertirá en ti en fuente de agua que brota para la vida eterna en el mismo Jesucristo nuestro Señor (Orígenes, Homilías sobre el Génesis, XII, 5). 

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Preguntémonos con valor: ¿hemos experimentado alguna vez el elemento espiritual en la vida del hombre? Pero ¿en qué consiste la experiencia real de lo espiritual? Veámoslo en algunos ejemplos tomados de nuestra vida cotidiana.¿Hemos decidido alguna vez permanecer en calma, por ejemplo, cuando queríamos defendernos por haber sido tratados de manera injusta? ¿Hemos perdonado alguna vez a alguien sin que nadie nos diera las gracias por un perdón que se daba por descontado? ¿Hemos obedecido alguna vez no porque estuviéramos obligados a hacerlo o porque de no haberlo hecho se hubieran puesto las cosas mal para nosotros, sino simplemente en virtud del misterioso, silencioso e incomprensible ser que nosotros llamamos Dios y por su voluntad? ¿Hemos sacrificado alguna vez cualquier cosa sin recibir ningún agradecimiento por ello, e incluso sin ningún sentimiento de satisfacción interior? ¿Hemos estado alguna vez absolutamente solos? ¿Hemos decidido hacer en alguna ocasión algo a partir exclusivamente del juicio de nuestra conciencia, por razones difìciles de explicar a los otros y evaluadas en la soledad personal más absoluta, con la conciencia de no poder delegar en nadie una decisión por la que deberemos responder durante toda la eternidad? ¿Hemos intentado amar a Dios alguna vez incluso cuando no sentíamos el apoyo de grandes entusiasmos espirituales, y él parecía ausente y distante de nosotros, y sentíamos estar con él tristes como la muerte y la aniquilación absoluta? ¿Hemos intentado en alguna ocasión amar a Dios incluso cuando nos parecía estar perdidos en el vacío, llamar a alguien que se obstina en permanecer sordo, o ser echados en un abismo aterrador sin fondo, donde todo parecía incomprensible y carente de sentido? ¿Hemos realizado alguna vez un trabajo que, para ser ejecutado, nos pedía el coraje de olvidarnos de nosotros mismos e ignorarnos, casi traicionarnos, o con la sensación de pasar por estúpidos o de hacer algo terriblemente estúpido? ¿Nos hemos mostrado alguna vez buenos y cordiales con alguien que ni nos ha mostrado ni nos muestra, sin embargo, el menor signo de gratitud y comprensión, e incluso cuando ni siquiera hemos tenido el consuelo interior de sentirnos buenos, desinteresados, generosos?Busquemos dentro de nosotros experiencias como éstas. Si las encontramos, podemos decir que hemos tenido experiencias espirituales y que hemos acogido la acción del Espíritu de Dios que obra en nosotros. Sólo entonces podremos decir que hemos experimentado lo sobrenatural, que hemos hecho la experiencia de Dios

(K. Rahner, Escritos teológicos: Teología de la vida espiritual (tomo 7), Taurus, Madrid 1969]). 

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Àvila 

También te podría gustar...