Evangelio según Marcos 4,26-34
VIERNES 29
Lectura
Evangelio según Marcos 4,26-34
Jesús también decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega.» Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.» Y les anunciaba la palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.
Reflexión
Este evangelio nos ayuda a entender cómo conduce Dios la historia. Si olvidamos su protagonismo y la fuerza que tiene, nos podemos llenar de orgullo cuando tenemos éxito, pero si nos va mal, nos hundimos.
No tendríamos que enorgullecernos nunca, como si el mundo se salvara por nuestras técnicas y esfuerzos. Dios nos da la lección de que los medios más pequeños producen frutos sorprendentes, no proporcionados ni a nuestros métodos o a nuestros instrumentos. La semilla no germina porque lo digan los sabios botánicos, ni la primavera espera a que los calendarios señalen su inicio.
Tampoco hay que desanimarnos cuando no conseguimos pronto los efectos deseados. El protagonismo lo tiene Dios. Por malas que nos parezcan las circunstancias de la vida, la semilla de Dios se abrirá paso y producirá fruto. Aunque no sepamos cómo ni cuándo. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador. No es que seamos invitados a no hacer nada, pero sí a trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin miedo al fracaso. Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal. «Encomienda tu camino al Señor, confía en él y él actuará».