HOMILÍA EN LAS VÍSPERAS DE LA CANONIZACIÓN DE LOS NIÑOS MÁRTIRES CRISTÓBAL, ANTONIO Y JUAN

Queridos hermanos en Jesucristo, Rey de los Mártires:

 

Unidos a la Iglesia que continuamente ora, alabamos jubilosos a Dios en estas vísperas solemnes con salmos, himnos y cánticos espirituales, por las manifestaciones de su amor en los Niños Mártires de Tlaxcala Cristóbal, Antonio y Juan, quienes serán canonizados mañana por el Papa Francisco en la plaza de San Pedro.

Los que integramos esta asamblea litúrgica, somos una pequeña porción de todos aquellos que, a través de los siglos, mantuvieron vivos en su mente y en su corazón a estos niños, que al principio de la evangelización de México, a pesar de sus pocos años y sin miedo a los sufrimientos, con su palabra y con su martirio, nos dejaron ejemplo de una fe firme y sincera.

Martirizados entre los doce y trece años de edad, la historia y la piedad popular siempre les han llamado “niños”, puesto que la conciencia social de una etapa de adolescencia entre la niñez y la juventud es más bien reciente.

La canonización es el término de un proceso para que la Iglesia declare la santidad de una persona. Sin duda que Cristóbal, Antonio y Juan son santos y gozan de la presencia de Dios desde el día de su martirio y el pueblo de la Iglesia los ha venido invocando como santos, pero después de una cuidadosa investigación el Papa Juan Pablo II los proclamó Beatos en 1990 y mañana, 15 de octubre de 2017, en su canonización serán reconocidos como santos oficialmente y serán presentados como modelos de vida cristiana e intercesores ante Dios para toda la Iglesia.

La canonización de estos tres niños nos ha de concientizar y comprometer a valorar, respetar y promover integralmente a todos los niños en su condición particular. Ese sería un fruto maravilloso de este acontecimiento eclesial.

No olvidemos que se trata de niños indígenas, que tenían grandes cualidades y que recibieron una excelente formación humana y cristiana en la primera escuela franciscana. Rescatemos la dignidad de todos los indígenas con su fe, cultura, tradiciones y costumbres, que enriquecen la identidad de nuestros pueblos. Este sería otro gran fruto de esta canonización.

El martirio de Cristóbal en 1527 y de Antonio y Juan en 1529, por dar testimonio del Dios verdadero, fue la semilla que, unida a la Sangre del Cordero, ha fecundado con la fe en Jesucristo las tierras de lo que ahora es México y América. En una cariñosa interpretación, un escritor comenta que la sangre de los Niños Mártires fue la que motivó e impulsó a la Santísima Virgen de Guadalupe a manifestarse en el cerro del Tepeyac en 1531, apenas dos años después de la muerte de estos pequeños mártires Cristóbal, Antonio y Juan, para traernos en su seno al Verbo, al Hijo de Dios, Señor y Salvador nuestro. En ese contexto histórico, existe una íntima relación entre Santa María de Guadalupe y los Niños Mártires de Tlaxcala.

Así como San Pedro afirma que los profetas y quienes escribieron la Sagrada Escritura hablaron de parte de Dios e inspirados por el Espíritu Santo, podemos afirmar que el testimonio de su vida cristiana y su martirio de estos niños fue posible por su docilidad al Espíritu Santo, a quien ya habían recibido en los sacramentos de la iniciación cristiana. Hoy es el tiempo del Espíritu Santo en la Iglesia. Dejemos que haga su obra de salvación en nosotros y, a través de nosotros, en muchas otras personas que viven a nuestro alrededor.

Como podemos ver, estos primeros Mártires de América y Santos Patronos de la Niñez Mexicana son un regalo singular de Dios para bien de su Iglesia y de toda la humanidad. Disfrutemos de este don, como una fuente de gracia y dejémonos transformar por él.

Que la canonización de Cristóbal, Antonio y Juan proclame la gloria de Dios, avive en nosotros el anhelo de santificarnos de acuerdo a nuestra vocación bautismal como discípulos y misioneros de Jesucristo y contribuya a una renovación profunda de la Iglesia en Tlaxcala, México y el mundo entero. Amén.

 

+Mons. Francisco Moreno Barrón Arzobispo de Tijuana

 

Basílica de Sant’Andrea della Valle, Roma; 14 de octubre de 2017

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