Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá.
Lectura
Evangelio según San Mateo 7,7-12.
Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
ORATIO
Oh Padre, tú que eres el único bueno y das cosas buenas a los que te las piden, escucha nuestra oración. Antes de nada danos un corazón sencillo, humilde, confiado, que sepa abandonarse sin pretensiones y sin reservas a tu amor. Haznos pobres de espíritu y ven, tú que eres el Rey, a ensanchar en nosotros tu reino de paz. Ayúdanos a suplicarte incesantemente para que, siendo portavoces de toda criatura, podamos llevar a todos el auxilio de tu amor. Tú das al que pide: danos tu Espíritu bueno. Tú concedes que encuentre el que busca: que busquemos siempre tu rostro. Tú abres al que llama: ábrenos la puerta de tu corazón a nosotros y a todos los hombres. Estrechados en tu eterno abrazo, no pediremos más. Oh Padre, hágase tu voluntad en la tierra corno en el cielo.
REFLEXIÓN
Jesús nos asegura que nuestra oración nunca deja de ser escuchada por Dios. Esto nos hace pensar que, aunque a veces no se nos conceda exactamente lo que pedimos tal como nosotros lo pedimos, nuestra oración debe tener otra clase de eficacia. Como decía san Agustín, «si tu oración no es escuchada, es porque no pides como debes o porque pides lo que no debes». Un padre no concede siempre a su hijo todo lo que pide, porque, a veces, ve que no le conviene. Pero sí le escucha siempre y le da «cosas buenas».
Así también Dios para con nosotros. En verdad, nuestra oración no es la primera palabra: es ya respuesta a la oferta de Dios, que se adelanta a desear nuestro bien más que nosotros mismos. Cuando nosotros pedimos algo a Dios, estamos diciéndole algo que ya sabía, estamos pronunciando lo que él aprecia más que nosotros con su corazón de Padre. Nuestra oración es, en ese mismo momento, «eficaz», porque nos hemos puesto en sintonía con Dios y nos identificamos con su voluntad, con su deseo de salvación para todos. De alguna manera, además, nos comprometemos a trabajar en lo mismo que pedimos.
Tenemos un ejemplo en Jesús. Él pidió ser librado de la muerte. Dice la carta a los Hebreos que «fue escuchado». Esto puede parecer sorprendente, porque murió. Sí, pero fue liberado de la muerte… después de haberla experimentado, y así entró en la nueva existencia de Señor Glorioso. A veces es misteriosa la manera como Dios escucha nuestra oración.
Muchas veces nuestra oración se refiere a la situación de la sociedad o de la Iglesia. ¿No está también ahora el pueblo en peligro? También en esta dirección debe ser confiada y humilde, seguros de que Dios la oye, y entendiendo nuestra súplica también como una toma de conciencia y de compromiso. Nos sentimos dispuestos a trabajar por la evangelización de nuestro mundo y le pedimos a Dios: «extiende tu brazo, Señor, no abandones la obra de tus manos». «Pedid y se os dará» (evangelio)
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila