A quien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra

Lunes de la 11a.  Semana del tiempo ordinario

Lectio

Evangelio: Mateo 5,38-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal; al contrario, a quien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, dale también el manto; y al que te exija ir cargado mil pasos, ve con él dos mil. Da a quien te pida, y no vuelvas la espalda al que te pide prestado.

 

MEDITATIO

El antiguo precepto «ojo por ojo, diente por diente» ponía ya un límite a la propagación de la venganza. Ahora bien, Cristo pide un comportamiento que extirpa su misma raíz. Se trata del principio de la no-violencia, que neutraliza la «reacción en cadena» destinada a pro­vocar un mal cada vez mayor.

Me pregunto sobre la práctica de la tolerancia, que la Biblia latina registra como uno de los frutos del Espíri­tu (Gal 5,22), y, por consiguiente, de la magnanimidad, que nos recuerda que «Dios ama a quien da con alegría» (2 Cor 9,7).

 

ORATIO

Qué difícil me resulta, Señor, saber perder en la vida. Qué celoso soy de mi tiempo, de mis cosas, de mi salud, de mis ideas, como si fuera su dueño absoluto y pudie­ra disponer de ellos según mi talento. Soy incapaz de ce­der, de condescender, de adaptarme al juego del otro. Estoy siempre a la defensiva y tutelo mis derechos (rea­les o presuntos) con la ilusión de tener siempre razón, de no cometer nunca errores, de conseguir imponerme siempre. Pero tú me pides que viva desarmado, que me mida con la impotencia, con la precariedad, con el fra­caso, con la pérdida. Me pides que me mida con la cruz. Hazme comprender, Señor, que «encuentra lo mejor de sí mismo quien decide perder» (B. Háring).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El triunfo sobre el otro sólo se consigue haciendo que su mal termine muriendo, haciendo que no encuentre lo que busca, es decir, la oposición, y con esto un nuevo mal con el que pueda inflamarse aún más. El mal se debilita si, en vez de encontrar oposición, resistencia, es soportado y sufrido voluntariamente. El mal encuentra aqui un adversario para el que no está prepa­rado. Naturalmente, esto sólo se da donde ha desaparecido el último resto de resistencia, donde es plena la renuncia a vengar el mal con el mal. En este caso, el mal no puede conseguir su fin de crear un nuevo mal y queda solo.

El sufrimiento desaparece cuando es sobrellevado. El mal muere cuando dejamos que venga sobre nosotros sin ofrecerle resistencia. La deshonra y el oprobio se revelan como pecado cuando el que sigue a Cristo no cae en el mismo defecto, sino que los soporta sin atacar. El abuso del poder queda condena­do cuando no encuentra otro poder que se le oponga. La pre­tensión injusta de conseguir mi túnica se ve comprometida cuan­do yo entrego también el manto, el abuso de mi servicialidad resulta visible cuando no pongo límites. La disposición a dar todo lo que me pidan muestra que Jesucristo me basta y sólo quiero seguirle a él. En la renuncia voluntaria a defenderse se confirma y proclama la vinculación incondicionado del seguidor a Jesús, la libertad y ausencia de ataduras con respecto al propio yo. Sólo en la exclusividad de esta vinculación puede ser supera­do el mal (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El segui­miento, Sígueme, Salamanca 51999, pp. 89-90).

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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