Las misiones de Baja California
Las misiones de Baja California fueron un verdadero triunfo de la humanidad, porque un puñado de jesuitas fueron capaces de poner a las tribus indígenas en condiciones materiales, culturales y religiosas para afirmar y valorizar la propia humanidad. En esa fascinante experiencia, evangelización y promoción humana se conjugaron indisociables, sin necesidad de muchas teorías, sólo movidas por el amor a la vida y al destino de los pueblos indígenas.
No hubo en todo el tiempo colonial experiencia semejante de educación e instrucción de los indígenas, de edificación de comunidades de personas y familias y de comunión de bienes, de formación técnica y cultivo de las artes, de crecimiento artesanal e industrial, de productividad en el trabajo agrícola, de participación de los indígenas en la organización de la vida colectiva y civil.
¡Qué extraordinaria fuerza constructiva de la fe vivida, comunicada, compartida! No bastaba ni la protesta ni la denuncia contra la opresión sufrida por los indígenas; servía una compañía, una amistad, capaz de abrazar toda su vida – ¡todas las dimensiones de su vida! – y generar así una obra de alta calidad humana, las experiencias sorprendentes de una nueva civilización en ciernes.
Se puede afirmar con muchas razones que la expulsión de todos los jesuitas de los territorios sometidos a las coronas española y portuguesa y la consiguiente dispersión de los pueblos misioneros constituyó la destrucción de la más importante experiencia social de verdadero progreso en tierras del “Nuevo Mundo” y una de las causas más graves de su posterior atraso.
Sin embargo, la iglesia de Baja California ha quedado marcada por esta profunda experiencia. “Una aventura fascinante que perdura en el tiempo”.
Las misiones jesuíticas nos traen a la memoria que tenemos hoy al primer jesuita como Sucesor de Pedro, que viene de aquellas tierras de la Cuenca del Plata y que nos llama hoy a ir hacia todas las periferias humanas, sociales y culturales para anunciar el Evangelio y desplegar la fuerza constructiva de la caridad.
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila