No son del mundo, como yo no soy del mundo
Miércoles séptima semana de pascua
LECTIO
Evangelio: Juan 17, 11b-19
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos y exclamó: Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo.
Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad.
MEDITATIO
Estamos frente a un fragmento en el que Jesús aparece particularmente preocupado por el poder del mundo y por su posible influencia en sus discípulos. En el mundo actúa el maligno con su espíritu de mentira, belicosamente contrario a la verdad, que es Cristo. La posición de los discípulos es delicada; deben permanecer en el mundo, sin quedar contaminados por el mismo. Estarán apoyados por su oración, por su palabra y por su Espíritu. En consecuencia, no deben temer. Y añade Agustín: «¿Qué quiere decir: "Por ellos me santifico yo mismo" sino que yo los santifico en mí mismo en cuanto ellos son yo? En efecto, habla de aquellos que constituyen los miembros de su cuerpo».
Todo esto nos induce a reflexionar, una vez más, sobre el poder del mundo, aunque también sobre su debilidad: poder para quien se deja seducir, debilidad para quien se deja guiar íntimamente por la Palabra de Jesús y conducir por su Espíritu. Es posible que en estos años hayamos infravalorado al «mundo», una palabra que se ha vuelto ambigua, que indica, unas veces, el lugar de la acción del Espíritu y de los signos de los tiempos y, otras, el lugar donde se desarrolla el eterno conflicto entre el maligno y Jesús. La Palabra de Jesús y su Espíritu nos ayudan a discernir los distintos rostros del mundo, a distinguir las llamadas del Espíritu de los sutiles engaños del maligno, los mensajes de Dios de la mentira del enemigo. Esto es tanto más seguro en la medida en que la Palabra y el Espíritu no son asumidos y casi gestados individualmente, sino acogidos dentro de la comunidad de los discípulos, que forman la santa comunión de la Iglesia.
ORATIO
Me impresiona, Señor, tu insistencia en la peligrosidad del mundo. Y me doy cuenta de que hoy también tenemos necesidad de esta puesta en guardia. Y yo el primero de todos. El mundo de la libertad, de la igualdad de oportunidades para todos, para todas las religiones, para todas las opiniones, para todos los modos de vida, tiene su encanto, porque, a fin de cuentas, es el mundo de la tolerancia, de la laicidad, de la libertad para todos. Pero es también el mundo donde están admitidas todas las «transgresiones», donde todas las modas, hasta las más perversas y detestables, son presentadas como normales, donde toda la prensa tiene derecho a la libre circulación…
Confíame, Señor, a tu Palabra. Recuérdame que no soy de este mundo, que te pertenezco a ti. Santifícame en tu verdad, asimílame a tu mentalidad, a tu vida. Tú, que has orado por mí, hazme santo en tu verdad, para que camine siempre por tus caminos y use de este mundo como lo harías tú.
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila