Yo soy el pan de la vida
Martes de la tercera semana de pascua
LECTIO
Evangelio: Juan 6,30-35
Entonces la gente le dijo a Jesús: ¿qué signo nos ofreces para que, viéndolo, creamos en ti?, ¿en qué trabajas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito:”les dio a comer pan del cielo”. Jesús les respondió: les aseguro, no fue Moisés quien les dio pan del cielo. Es mi Padre quien da el verdadero pan del cielo. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. Entonces le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Y Jesús les contestó: Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.
REFLEXIÓN
La muchedumbre, a pesar de las pruebas dadas por Jesús, no se muestra satisfecha ni con sus signos ni con sus palabras, y pide más garantías para poder creerle. El milagro de los panes no es suficiente; quieren un signo más estrepitoso. Jesús exige una fe sin condiciones; las muchedumbres, en cambio, fundamentan su fe en milagros extraordinarios que han de ver con sus propios ojos. Y por eso le exige un nuevo maná para reconocer al profeta de los tiempos mesiánicos. Jesús, en realidad, les da el verdadero maná, porque su alimento es muy superior al que comieron los padres en el desierto: él da a todos la vida eterna. Pero sólo quien tiene fe puede recibirla como un gran don. El verdadero alimento no está en Moisés ni en la Ley, como piensan sus interlocutores, sino en el don del Hijo que el Padre regala a los hombres, porque él es el verdadero «pan de Dios que viene del cielo» (v. 33).En un determinado momento, la muchedumbre da la impresión de haber comprendido: «Señor, danos siempre de ese pan» (v. 34). Pero la verdad es que la gente no comprende el valor de lo que piden y anda lejos de la verdadera fe. Entonces Jesús, excluyendo cualquier equívoco, precisa: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre» (v 35). El es el don del amor, hecho por el Padre a cada hombre. El es la Palabra que debemos creer. Quien se adhiere a él da sentido a su propia vida y alcanza su propia felicidad.
ORATIO
Señor mío, cuánto debo pedirte hoy que me concedas un suplemento de tu Espíritu, para que comprenda, para que también yo pueda tener al menos un poco de la valentía para proclamarte como mi Señor, para no tener miedo de decir, en voz alta, que mis opciones están apoyadas por los «cielos abiertos» y por el hecho de que te contemplo como el Resucitado, glorioso a la diestra del Padre. Para tener el atrevimiento de desafiar a los que querrían borrar las huellas de tu presencia, para tener la luz que necesita una lectura de la historia y de los acontecimientos humanos de un modo no convencional.Señor, qué tímida es mi fe. Qué frágil es mi caminar. Cuántas veces siento la tentación de acusar de intransigencia cualquier actitud de firmeza. Ayúdame a no quedarme prisionero de mi vivir tranquilo. Ayúdame a discernir. Ayúdame a no desertar de la tarea de ser tu testigo.
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Edith Stein, enviada al campo de concentración, escribía en agosto de 1942: «Soy feliz por todo. Sólo podemos dar nuestra aquiescencia a la ciencia de la cruz experimentándola hasta el final. Repito en mi corazón: «Ave crux, spes unica (Salve, oh cruz, única esperanza)».Y leemos en su testamento: «Desde ahora acepto la muerte que Dios ha predispuesto para mí, en aceptación perfecta de su santísima voluntad, con alegría. Pido al Señor que acepte mi vida y mi muerte para su gloria y alabanza, por todas las necesidades de la Iglesia, para que el Señor sea aceptado por los suyos y para que venga su Reino con gloria, para la salvación de Alemania y por la paz del mundo. Y, por último, también por mis parientes, vivos y difuntos, y por todos aquellos que Dios me ha dado: que ninguno se pierda».Edith estaba preparada: «Dios hacía pesar de nuevo su mano sobre su pueblo: el destino de mi pueblo era el mío».
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila