¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz!
Evangelio: Lucas 19,41-44
Cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: «¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios».
ORATIO
«El camino de la paz» es un sueño que ha tenido la historia desde siempre, pero Jerusalén, escondiéndose detrás de sus muros, rechaza tu paz gritando: «¿Por qué?». Oh Señor, calma mis arrebatos de violencia para que, reconociendo tu paz, pueda decir: «¿Por qué no?».
La paz es un sueño que se va realizando día a día, semana a semana, mes a mes, a través de acciones concretas que modifican nuestros pensamientos, desgastan lentamente los viejos muros y crean en silencio nuevas aperturas. Oh Señor, haz que mis gestos de paz puedan contribuir a un futuro mejor, en el que el mundo pueda esperar y decir: «¿Por qué no?».
La paz no es el paraíso de unos pocos, sino un signo que abarca a la humanidad. Es una fuerza que, luchando contra la injusticia, la miseria, la ignorancia, la prepotencia, obra en favor del bien de todos sin discriminación. Oh Señor, dame el valor de desafiar la desaprobación de los poderosos o las críticas de los pusilánimes, para que, sin hacer víctimas ni entre los débiles ni entre los fuertes, pueda ser creíble y, frente a tu paz, puedan gritar todos: «¿Por qué no?». Oh Señor, haz que mis gestos de paz puedan contribuir a un futuro mejor, para que el mundo, esperando, pueda decir: «¿Por qué no?».
CONTEMPLATIO
Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz», sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues, cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues él mismo prometió: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20).
Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa, la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre Eterno.
Con razón, entonces, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y —cada uno a su manera— realizan la santificación del hombre, y así el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro (Sacrosanctum concilium 7).
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila