Tempestad en la Iglesia

El evangelio ha recogido el recuerdo de una tempestad vivida por los discípulos en el mar de Galilea para invitar a sus lectores a escuchar, en medio de las crisis y conflictos en que vivimos, la llamada apremiante de Jesús a confiar en él. El relato describe de manera gráfica la situación. La barca está literalmente «atormentada por las olas», en medio de una noche cerrada y muy lejos de tierra. Lo peor es el «viento contrario» que les impide avanzar. Hay algo, sin embargo, más grave: los discípulos están solos; no está Jesús en la barca. 

Cuando se acerca caminando sobre las aguas, los discípulos no lo reconocen y, aterrados, comienzan a gritar llenos de miedo. El evangelista señala que su miedo no es provocado por la tempestad, sino por su incapacidad para descubrir la presencia de Jesús en medio de aquella noche terrible. 

La Iglesia puede atravesar situaciones muy críticas y oscuras a lo largo de la historia, pero su verdadero drama comienza cuando su corazón es incapaz de reconocer la presencia salvadora de Jesús en medio de la crisis, y de escuchar su grito: «¡ánimo, soy yo, no tengan miedo!». 

La reacción de Pedro es admirable: «Si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». La crisis es el momento privilegiado para hacer la experiencia de la fuerza salvadora de Jesús. El tiempo privilegiado para sustentar la fe no sobre tradiciones humanas o devociones piadosas, sino sobre la adhesión vital a Jesús, el Hijo de Dios. 

El narrador resume la respuesta de Jesús en una sola palabra: «Ven». Es la llamada a «caminar hacia Jesús», sin asustarnos por «el viento contrario», sino dejándonos llevar por su Espíritu favorable. 

El verdadero problema de la Iglesia no es la secularización de la sociedad, sino nuestro miedo a fundamentar la fe sólo en la verdad de Jesucristo. 

No nos atrevemos a escuchar los signos de estos tiempos a la luz del Evangelio, pues no estamos dispuestos a escuchar ninguna llamada a renovar nuestra manera de entender y de vivir nuestro seguimiento a Jesús. Sin embargo, también hoy es él nuestra única esperanza. Allí donde comienza el miedo a Jesús termina nuestra fe. 

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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