Tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna
LECTIO
Evangelio: Juan 3, 7 b-15
Jesús le dijo a Nicodemo: “Tienes que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.” Nicodemo le preguntó: “¿Cómo puede suceder eso?” Le contestó Jesús: “Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptas nuestro testimonio. Si no crees cuando te hablo de la tierra, ¿cómo creerás cuando te hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.”
ORATIO
Señor, muéstrate bondadoso conmigo, que, de hecho, considero poco importante la fraternidad. Estoy preocupado de que las cosas «funcionen» y, así, encuentro el pretexto para olvidarme de que los otros son mis hermanos, cuando no los convierto en meros instrumentos. Estoy preocupado por mi salud y, así, me olvido de que los otros también tienen sus problemas, quizás mucho más graves que los míos. Estoy preocupado por el bien que debo hacer y, con frecuencia, no me pregunto si lo hago de una forma fraterna, si lo hago de hermano a hermanos. Estoy preocupado por llevarte a los alejados y me olvido de los que tengo cerca.
Señor, concédeme unos ojos y un corazón fraternos. ¡Qué alejado ando de todo esto! Estoy alejado, y la mayoría de las veces ni siquiera me doy cuenta, porque no me tomo en serio la fraternidad: resulta demasiado poco gratificante, no me hace lucir, no enciende mi fantasía, no me hace sentirme un héroe.
Señor, para hacer que yo quiera ser de verdad hermano y hermana de mi prójimo, debes iluminarme de continuo con tu palabra y tu Espíritu, como hiciste en los comienzos de tu Iglesia.
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila