El grano de trigo que muere da fruto

La liturgia de este domingo se abre con la profecía de la “nueva alianza”. El profeta nos anuncia la superación de la antigua alianza del Sinaí, a través de una acción de Dios que transforma al creyente, grabando su ley, no sobre piedra sino en el corazón. Esta novedad se realiza en la Pascua de Cristo, por medio de la cual Dios establece alianza con la humanidad, no con sacrificios de animales, sino con la obediencia de su Hijo, víctima y sacerdote. 

El evangelio nos introduce en el misterio de la pascua a través de estas ideas fuerza: 

(1) La fecundidad del “grano de trigo” que cae en tierra y muere expresa cómo la muerte de Jesús desemboca en la fecundidad de su resurrección. 

(2) La paradoja de “perder la vida para ganarla” es la expresión del misterio de la muerte de Cristo que por obediencia al Padre y por amor a los suyos, se convierte en fuente de vida. Esta dinámica de la pascua es el principio orientador de toda la vida cristiana. 

(3) La “hora de Jesús” se refiere a su muerte como parte del plan de Dios. Todo el ministerio y la predicación de Jesús se encaminan hacia “su hora”, es decir, hacia la cruz, que es al mismo tiempo humillación y gloria, paso de la muerte a la vida. 

(4) La “glorificación” es un término que nos habla de la muerte y resurrección de Cristo: el Padre muestra su gloria, es decir, muestra su poder salvador a favor de los hombres, en Cristo crucificado, presencia eterna de la gloria divina. 

La gloria de Dios es la vida del hombre y esta gloria divina se muestra en modo sublime en el evento culminante de la cruz, la muerte y la resurrección de Jesús. 

(5) La “elevación-exaltación” de la cruz, evoca la crucifixión de Cristo en su materialidad dolorosa y en su condición de gloria, como fuerza de amor que atrae a toda la humanidad: “cuando yo sea levantado… atraeré a todos hacia mí”. 

(6) El “juicio” definitivo del mal evoca la paradoja de la cruz: donde parecen triunfar las fuerzas tenebrosas el mundo. Cristo es el juez y el rey que vence al mal para siempre. 

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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