El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido
Evangelio: Lucas 19,1-10
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había en ella un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, que quería ver a Jesús. Pero, como era bajo de estatura, no podía verlo a causa del gentío. Así que echó a correr hacia adelante y se subió a una higuera para verlo, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y le dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó a toda prisa y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban y decían: Se ha alojado en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso en pie ante el Señor y le dijo: Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más.
Jesús le dijo: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
ORATIO
¡Señor Jesús, cuántos muertos andantes por uno solo que vive! Está muerto quien se alimenta del alboroto babélico que le rodea. Un alboroto hecho a base de televisión, discotecas, rumor, curiosidades inútiles. Está vivo el que, alejado de una propaganda interesada, es capaz de mantenerse en silencio para ir en busca de la verdad. Está muerto quien corre de una manera frenética, sin meta, hipnotizado por la moda, drogado por la diversión y la actividad desenfrenada. Está vivo quien es capaz de cultivar una libertad interior que le permite comprar «oro acrisolado en el fuego» para ir contra la corriente hacia el verdadero bien; «vestidos blancos»para convertirse en personas reflexivas y capaces de vencer una superficialidad que se propaga; «colirio»para recuperar la vista y estar así en condiciones de llevar a cabo decisiones equilibradas y responsables.
Está muerto quien, radiante del poder y de la neurosis del beneficio, se acomoda en su bienestar, indiferente a las tragedias humanas, impermeable a las llamadas de la justicia. Está vivo quien no ignora el mal que ha hecho ni se esconde o huye, sino que intenta restituir cuatro veces más para restablecer a la persona ofendida. ¡Señor Jesús, cuántos muertos andantes por uno solo que vive!
CONTEMPLATIO
Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte.
Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad? ¿Cómo me acercaré a ella? ¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgo te buscaré? Nunca te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.
¿Qué hará, altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, pero tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, pero tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, pero ignora dónde vives. No suspira más que por ti, pero jamás ha visto tu rostro.
Señor, tú eres mi Dios, mi dueño, pero, con todo, nunca te vi. Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, pero aún no te conozco. Me creaste, en fin, para verte, pero todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.
Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros, apartando de nosotros tu rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros?
Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso, todo será malo. Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.
Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca, porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré (Anselmo de Canterbury, Proslogion, capítulo 1).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Mira que estoy llamando a la puerta» (Ap 3,20).
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila