¿Sólo existe esta vida?

Estamos demasiado atareados por el «más acá» para preocuparnos del «más allá». Sometidos a un ritmo de vida que nos aturde y esclaviza, abrumados por una información asfixiante de noticias y acontecimientos diarios, fascinados por mil atractivos objetos que el desarrollo técnico ha puesto en nuestras manos, no parece que necesitemos un horizonte más amplio que «esta vida» en que nos movemos. 

¿Para qué pensar en «otra vida»? ¿No sería mejor encauzar todas nuestras fuerzas a organizar lo mejor posible nuestra existencia en este mundo? ¿No deberíamos esforzarnos al máximo en llevar la vida que se nos ha dado ahora lo más humanamente posible y callarnos respecto a todo lo demás? ¿No es mejor aceptar la vida con su oscuridad y sus enigmas y dejar «el más allá» como un misterio del que nada sabemos? 

Sin embargo, el hombre contemporáneo, como el de todas las épocas, sabe que en el fondo de su ser está latente siempre la pregunta más seria y difícil de responder: ¿qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? 

Cualquiera que sea nuestra ideología, nuestra fe o postura ante la vida, el verdadero problema al que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿Qué final nos espera? Toda sociedad humana es, en última instancia, una congregación de hombres frente a la muerte. 

Por ello, es ante la muerte precisamente donde aparece con más claridad «la verdad» de la civilización contemporánea que, curiosamente, no sabe qué hacer con ella si no es ocultarla asépticamente y eludir al máximo su trágico desafío. 

Es aquí donde hemos de situar la postura del creyente que sabe enfrentarse con realismo y modestia al hecho ineludible de la muerte, pero lo hace desde una confianza radical en Cristo resucitado. 

Una confianza que, difícilmente, puede ser entendida «desde fuera» y que sólo puede ser vivida por quien ha escuchado, alguna vez, en el fondo de su ser las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida». 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

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