HOMILÍA DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA 50 ANIVERSARIO SACERDOTAL MONS. SALVADOR ARMANDO CISNEROS GUDIÑO
+ Francisco Moreno Barrón
Arzobispo de Tijuana
Queridos hermanos en Cristo Jesús:
Cuando un joven es ordenado sacerdote, admiramos su valentía y entusiasmo, aunque también podemos dudar de su perseverancia. ¡Tantas cosas pueden suceder con el paso del tiempo! Pero, cuando un sacerdote, después de 50 años de ministerio, da gracias a Dios y renueva las promesas que hizo el día de su ordenación, ya no podemos dudar de que estamos frente a una auténtica vocación sacerdotal y de que somos testigos de un amor maduro, definitivo y fecundo.
Celebramos esta solemne Eucaristía con motivo del Jubileo Sacerdotal en el 50 aniversario de la Ordenación de Mons. Salvador Armando Cisneros Gudiño. Es una celebración eclesial en la que participan sus hermanos sacerdotes, religiosas, familiares y amigos, y el pueblo de la Iglesia en la medida que nos lo permiten las condiciones del Covid 19. También le acompañan desde el cielo sus papás y otras personas que siguen vivas en su corazón sacerdotal.
Los textos de la Sagrada Escritura que se han proclamado contienen una gran riqueza y dan sentido al acontecimiento salvífico que celebramos. Les exhorto a retomar con sencillez de corazón la Palabra de Dios y a reconocer cómo ilumina la vocación sacerdotal de nuestro festejado.
Dijo Dios “Hagamos a Salvador a nuestra imagen y semejanza” y encomendó a sus papás, Don Salvador y la Señora Alejandrina, que lo engendraran con amor, para que naciera el 27 de agosto de 1946 y poco después le dieran la vida nueva de los hijos de Dios por las aguas bautismales.
De esta manera, Chavito, como le llamaba su mamá, y sus hermanas Carmelita, Lupita y Tere vinieron a ser el fruto del amor de sus papás, y en esta pequeña Iglesia doméstica de la familia Cisneros Gudiño el pequeño Salvador experimentó el amor de Dios y aprendió poco a poco a escuchar su voz.
En el ambiente cristiano de su familia, Dios sembró en él la semilla de la vocación al sacerdocio. Como al profeta Jeremías, Dios le fue dirigiendo su palabra, primero para invitarlo en el año 1958 a ingresar al Seminario de Morelia; más tarde en 1970, siendo diácono y a través del Señor Obispo Don Juan Jesús Posadas Ocampo, para que viniera a Tijuana a colaborar en la formación de los seminaristas, y hace cincuenta años, para que recibiera el sacramento del Orden Sacerdotal.
Al igual que a Jeremías, poco a poco le fue dirigiendo el Señor su palabra al niño, al adolescente y al joven Salvador. Era una palabra de “conocimiento” que implica elección desde toda la eternidad y una palabra de “consagración a una misión” como profeta de las naciones: “Antes de formarte en el vientre, te conocí; antes de que salieras del seno materno, te consagré, te nombré profeta de las naciones”. Es decir, en sus planes inescrutables y desde toda la eternidad, Dios tenía un plan de amor y salvación para su hijo Salvador.
¿Cuántas veces, como el profeta Jeremías y ante su realidad existencial, nuestro festejado le habrá dicho al Señor: “¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, mira que soy un muchacho”, una exclamación espontánea o pretexto muy de los jóvenes de nuestro tiempo para ignorar la llamada del Señor, pero siempre, aun en medio de sus dudas y de las atractivas ofertas del mundo, Dios le habrá respondido: no digas: “soy un muchacho”, que a donde yo te envíe irás, y lo que yo te mande lo dirás, no les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte, oráculo del Señor. La contundencia y certeza de estas palabras es la fuerza de la gracia del Señor que se manifiesta, aun en medio de la debilidad; es el misterio del llamado vocacional de Dios, la respuesta humana desde su realidad íntima y personal, y la ratificación y consagración por parte de Dios.
Así como el Señor extendió su mano, tocó la boca de Jeremías y le dijo: “Mira, yo pongo mis palabras en tu boca”, finalmente el 14 de Agosto de 1971, el Excmo. Sr. Arzobispo de Morelia Don Manuel Martín del Campo y Padilla impuso sus manos sobre la cabeza del diácono Salvador y pronunció la plegaria de Ordenación, ordenándolo así “sacerdote para siempre”.
Desde entonces, aunque incardinado a la Arquidiócesis de Morelia, aquel joven sacerdote se quedó de corazón en la Diócesis de Tijuana como misionero, para entregar su vida sacerdotal al servicio de este pueblo con identidad migrante, en esta frontera que tiene rostro de tierra prometida.
El Padre Salvador Cisneros, prisionero del amor de Cristo, ha sido llamado a configurarse con Él, asumiendo en su vida sacerdotal las recomendaciones que hemos escuchado del apóstol San Pablo a los Efesios: ser humilde, amable y paciente con todos por amor y ocuparse, bajo el impulso del Espíritu Santo, en cultivar la unidad en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, aspirando él mismo a llegar al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.
¡Qué hermosa y fecunda es la vida del sacerdote! A lo largo de medio siglo de ministerio pastoral en esta diócesis, el padre Salvador Cisneros se ha ido identificando poco a poco con Cristo Profeta, Sacerdote y Pastor, anunciando la Buena Nueva del Evangelio, santificando al pueblo de la Iglesia con la oración y los sacramentos, y guiándolo como su padre y pastor. Esta triple función sacerdotal la ha venido desempeñando con esmero en las distintas encomiendas pastorales que le ha confiado la Iglesia, como maestro en diferentes asignaturas filosóficas y teológicas, Rector de este Seminario Diocesano, Párroco y en su relación afable y cercana con la comunidad de Tijuana. Ante este valioso servicio sacerdotal, en 1992 el querido Papa Juan Pablo II lo nombró Capellán Pontificio, por lo cual desde entonces con cariño le decimos Mons. Cisneros.
Para comprender el misterio de la vocación sacerdotal de Mons. Cisneros es preciso detenernos con asombro en las palabras que hoy le dirige Jesús en el Evangelio de San Juan: “Como el Padre me ama, así también yo te he amado: permanece en mi amor”. Sin lugar a dudas, estas palabras son el sello, la ratificación de un amor eterno, fiel y hasta las últimas consecuencias. ¡Cuántas confidencias con Jesús guardará este corazón sacerdotal!
Querido Mons. Chavo, deja resonar y saborea en tu interior esta declaración amorosa de Jesús, para que tu alegría sea completa en Él y para que actualices las gracias que recibiste el día de tu Ordenación Sacerdotal; basta que tomes consciencia de que Jesús te ama en el amor de su Padre Dios, para que seas inmensamente feliz y te confíes en sus manos amorosas al estilo espiritual de santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante; quien a Dios tiene, nada le falta. Nada te turbe, nada te espante; solo Dios basta”.
En el Pueblo de Israel eran muy valoradas las personas mayores de edad, se les consideraba como los sabios de la comunidad, que ricos en experiencia, enseñaban con su palabra y ejemplo a todos, pero especialmente a los niños y jóvenes. Querido Monseñor Chavo Cisneros, cumplir 50 años de ministerio sacerdotal es motivo de júbilo y acción de gracias; todos nos alegramos contigo y oramos por lo que guardas en tu corazón sacerdotal; no es el final de la carrera y tus posibilidades hoy no se miden por tu fortaleza física o la agilidad en tus pasos; ya has andado muchos caminos, y has proclamado con sensatez y sabiduría las buenas noticias del Evangelio. Dios sigue realizando, aún por caminos incomprensibles, su plan de amor y salvación en ti y para todos los que te rodean.
Con esta acción de gracias a Dios por todo lo que te ha concedido y confiando en su infinita misericordia, ofrécele tu sacerdocio abierto al futuro de su providencia amorosa, con la misma frescura e ilusión con que entraste al seminario y recibiste la Ordenación Sacerdotal hace 50 años, pero con la madurez de una vida fecunda que, en libertad y por amor, se consume en el servicio a la Iglesia y a la comunidad humana.
Te confiamos a la maternal intercesión de la Santísima Virgen de Loreto. Así sea.
Santuario de Nuestra Sra. del Sagrado Corazón, en el Seminario Mayor de la Arquidiócesis de Tijuana; 14 de agosto de 2021