Superar nuestros miedos
Pasar a la otra orilla no significa cambiar de lugar.
Quiere decir salir de las propias fronteras, allí donde se pisa suelo firme y conocido y adentrarse en territorios nuevos y desconocidos.
El mar es símbolo del caos, del desorden, de los poderes del mal. No es raro que sople el huracán y se levanten tempestades.
Cuando se levantan las fuerzas del mal amenazantes contra el hombre, cuando el odio y la rivalidad engullen en guerras absurdas vidas humanas, cuando la manipulación de los seres humanos en la política o en la economía crean dolor y sufrimiento, parece que Dios está ausente, parece que duerme.
Pero la Buena Noticia del reino y la comunidad cristiana deben hacerse presente allí donde hay hombres, allí donde se juega su porvenir y felicidad.
Donde esté el hombre, aunque se crea solo ante el inmenso peligro de los poderes caóticos de este mundo, allí también está Jesús el Señor. Jesús es Señor también allí donde el hombre se siente amenazado, cuando no se pisa tierra firme y parece que todo va a contribuir al futuro del naufragio de la humanidad.
Dios como dormido, en forma discreta, está allí y es Señor.
Ellos se dijeron espantados: "Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!"
Han aprendido la lección. No es Señor solamente en la orilla propia, en casa, en la Iglesia, en medio de mis seguridades, también está presente autoritativamente, con poder, allí donde el agua y los vientos presagian otros señoríos.
Los cristianos no deben tener miedo de hundirse, desamparados del Señor, cuando fieles a su misión evangelizadora se adentran en un mar que amenaza, cuando busquen otras orillas y fronteras para el Reino abandonando las propias seguridades. Cuando sigamos la invitación de Jesús: "Vamos a la otra orilla", confiemos y no seamos tan cobardes.
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila