Ayudamos a ser mejores
Cansados por la experiencia diaria, nacen a veces en nosotros preguntas inquietantes. ¿Podemos ser los hombres mucho mejores? ¿Podemos cambiar nuestra vida de manera decisiva? ¿Transformar nuestras actitudes equivocadas y adoptar un comportamiento nuevo?
Con frecuencia, lo que vemos, lo que escuchamos, lo que respiramos en torno a nosotros, no nos ayuda a ser mejores, no eleva nuestro espíritu ni nos anima a ser más humanos.
No queremos interrogarnos a nosotros mismos. Preferimos seguir ahí, «sin interioridad», sin abrirnos a ninguna llamada, sin despertar responsabilidad alguna. Indiferentes a todo lo que pueda interpelar nuestra vida, empeñados en asegurar nuestra pequeña felicidad por los caminos egoístas de siempre.
¿Cómo despertar en nosotros la llamada al cambio? ¿Cómo sacudirnos de encima la pereza? ¿Cómo recuperar el deseo de la bondad, la generosidad o la nobleza? ¿Cómo experimentar de nuevo la necesidad de vivir en la verdad?
Los creyentes deberíamos escuchar hoy más que nunca la llamada de Jesús a corregirnos y ayudarnos mutuamente a ser mejores.
Jesús nos invita a actuar sin precipitación, acercándonos de manera personal y amistosa a quien está actuando de manera equivocada. «Si tu hermano peca, repréndelo a solas, entre los dos. Si te hace caso, habrás salvado a tu hermano». Cuánto bien nos puede hacer a todos esa crítica amistosa y leal, esa observación oportuna, ese apoyo sincero en el momento en que nos habíamos desorientado.
Todo hombre es capaz de salir de su pecado y volver a la razón y a la bondad. Pero necesita con frecuencia encontrarse con alguien que le ame de verdad, le invite a interrogarse y le contagie un deseo nuevo de verdad y generosidad.
Quizás lo que más cambia a muchas personas no son las grandes ideas ni los pensamientos hermosos, sino el haberse encontrado en la vida con alguien que ha sabido acercarse a ellas amistosamente y las ha ayudado a renovarse.
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila