Mensaje del Santo Padre Francisco con motivo del XXV Aniversario de la Fundación Populorum Progressio
Al Señor Cardenal Peter K. A. Turkson
Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y
Presidente de la Fundación Populorum Progressio
Con motivo del XXV aniversario de la creación de la Fundación Populorum Progressio, le ruego que transmita mi saludo a todos los miembros del Consejo de Administración de dicha institución, a sus colaboradores y a todos los que se van a reunir para celebrar este evento en Roma.
El 13 de noviembre de 1992, mi predecesor san Juan Pablo II creó la Fundación Populorum Progressio para contribuir a mejorar las condiciones de los pueblos autóctonos, mestizos y afroamericanos en América Latina, que están entre los grupos más marginados de la sociedad latinoamericana y caribeña. Su deseo era que esta institución mostrara la cercanía del Papa hacia las personas que carecen incluso de lo más imprescindible para vivir y que con frecuencia la sociedad o sus autoridades dejan de lado. Las iniciativas que este organismo lleva a cabo quieren ser una manifestación del amor de Dios y de la presencia maternal de la Iglesia en medio de todos los hombres, particularmente de los más pobres entre los pobres (cf. Lc 7,22).
Desde entonces, la Fundación ha apoyado alrededor de 4.400 proyectos, gracias a la generosidad de tantos católicos y hombres de buena voluntad que han dado generosamente lo que tenían para que otros pudieran mejorar sus condiciones de vida.
Es importante mencionar cómo las Iglesias particulares de América Latina participan en la realización de los proyectos y en el Consejo de Administración, formado por seis Ordinarios de la región, y que lleva a cabo el estudio de las iniciativas presentadas por los Obispos y los responsables pastorales.
Sin embargo, la situación de Latinoamérica requiere un compromiso más firme, a fin de mejorar las condiciones de vida de todos, sin excluir a nadie, luchando asimismo contra las injusticias y la corrupción, para conseguir obtener el mejor resultado de los esfuerzos desplegados. Efectivamente, a pesar de las potencialidades de los países latinoamericanos —habitados por gentes solidarias con los demás y que cuentan con una gran riqueza desde el punto de vista de la historia y de la cultura, así como de recursos naturales—, la crisis económica y social actual, empeorada por el flagelo de la deuda externa que paraliza el desarrollo, ha afectado a la población y ha incrementado la pobreza, el desempleo y la desigualdad social, al mismo tiempo que ha contribuido a la explotación y el abuso de nuestra casa común, a un nivel que nunca antes hubiéramos imaginado.
Cuando un sistema económico pone en el centro sólo el dios dinero se desencadenan políticas de exclusión y ya no hay lugar para el hombre ni para la mujer. El ser humano, entonces, crea esa cultura del descarte que conlleva sufrimiento, privando a tantos del derecho a vivir y a ser felices (cf. Carta enc. Laudato si’, 44).
La Fundación nació para ser un signo de la cercanía del Papa y de la Iglesia con todos, especialmente con las comunidades que quedan marginadas y a las que considera descartables, privadas de derechos humanos básicos y de la participación en la mesa del bien común, como sucede lamentablemente con los pueblos autóctonos, mestizos y afroamericanos en América Latina. La Iglesia está llamada a ser cercana y tocar en el prójimo la carne de Cristo, que es también la medida del juicio de Cristo (cf. Mt 25).
La Fundación, a pesar de los medios limitados de que dispone, encarna en sus proyectos la opción preferencial por los más pobres, resaltando su dignidad (cf. Carta enc. Laudato si’, 158), a través del testimonio de la caridad de Cristo que se hace ayuda, mano tendida al hermano y a la hermana para que se levanten, vuelvan a esperar y a vivir una vida digna. Sólo de este modo podrán volver a ser protagonistas de su propio desarrollo humano integral, recobrando su dignidad de seres humanos amados y deseados por Dios, para poder también contribuir al progreso económico y social de su país con toda la riqueza que albergan en sus corazones y en su cultura. Y este desarrollo humano será obra de todos porque será fruto de un esfuerzo común que, a través de los medios proporcionados con tanta generosidad por las comunidades eclesiales, convierte el descarte en un auténtico recurso, no sólo para un país sino también para beneficio de toda la humanidad.
La Fundación, que financia muchos proyectos en favor de los pueblos nativos, podrá encontrar en la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región panamazónica, que tendrá lugar en Roma en el mes de octubre de 2019, una fuente de inspiración para el futuro y la evangelización del Continente.
Permítanme dar las gracias a los representantes de la Conferencia Episcopal Italiana, que con tanta generosidad y fidelidad acompañan a la Fundación, así como a las Organizaciones católicas y a los donantes que ofrecieron su apreciada aportación para la financiación de los proyectos. Uniéndome a la gratitud de cuantos se beneficiaron de esta ayuda tan importante, quiero dirigirme a Dios, para que les recompense con abundantes bendiciones espirituales. Saludo por fin a los colaboradores de la Secretaría en Bogotá y del Dicasterio, agradeciéndoles su compromiso activo en favor de sus hermanos y hermanas más necesitados.
Los aliento en su labor en favor del desarrollo humano integral y del bien común en nuestro continente americano, para que la colaboración entre todos contribuya a crear un mundo cada vez más justo y más humano, que vea el rostro de Cristo en cada hermano y hermana de las poblaciones más marginadas de Latinoamérica, siguiendo el ejemplo que nos dejó santa Teresa de Calcuta.
Encomiendo las celebraciones de este aniversario a la materna intercesión de la Virgen de Guadalupe, venerada en todo el Continente americano, y que el Señor bendiga a los miembros de la Fundación y a sus bienhechores.
Vaticano, 20 de noviembre de 2017
Francisco