“El alma de la cultura es la cultura del alma”

México atraviesa por un momento positivo y otro negativo. El positivo son sin duda  los avances que se han tenido: los avances democráticos, la transparencia en la rendición de cuentas, los indicadores económicos,  el aprovechamiento de la energía, de la educación, las relaciones internacionales, el trabajo social entre otros.  Y los negativos pues son terriblemente graves y tienen que ver con esta ola de delincuencia galopante, de guerra entre el narco y contra el narco que se está librando con consecuencias desastrozas para la economía, para el turismo, para las relaciones internacionales, para la seguridad de las familias,  pero sobre todo para lo que está de por medio como es el respeto a la vida humana que es sagrada, y la ofensa  a los valores éticos. Esos crímenes de odio no son propios de sociedades que tienen aunque fuera un mínimo de inspiración cristiana. Ni siquiera los países más atrasados están involucrados en un terror y  vergüenza similares. Y esto está trayendo una búsqueda de nuevos modelos. Hay una especie de resentimiento poblacional hacia los partidos políticos, hacia  la política en sí, y hacia los gobernantes.  Los índices de aprobación son muy frágiles.  Tampoco se apuesta por un regreso, creemos, al antiguo régimen. A la mejor podemos ponerlo en términos de: tesis, antítesis, síntesis. La tesis podría ser la tentación regresiva por más que muchos piensan que la revolución quedó inconclusa, como la sinfonía de Schubert. La revolución desembocó, “de iure” en una Constitución  que no cuestionamos.  Pero “de facto” en un militarismo exacerbado cuyas consecuencias aún resentimos. Se trató de gobiernos de fuerza. Nuestro  ejército real  no es el que aparece tan gallardo, tan propio, tan limpio  en los desfiles militares. Nuestras corporaciones policíacas, tampoco. Son otros. Entonces: de una dictadura brincamos a través de la revolución a otra “dictadura”, o suavicémosla más, “régimen”  de partido. Quizá la idea de los partidos fue fruto de la revolución francesa. O mejor, aunque no guste, de la “Rerum novarum”. Con el partido llegó (para quedarse) el corporativismo. En lo laboral, en lo político, en lo campesino. Siete décadas duramos en este régimen que sacrificó las libertades políticas, el derecho al voto, la libertad de prensa. Se trataba de un “unipartidismo” que nos hace pensar en los regímenes socialistas o fascistas. La “compra de votos”, el “acarreo”,  el “carro completo”, el “robo de ánforas”, la “compra de conciencias”, el “control de los medios de comunicación”, los “cuchupos”, se paseaban como Pedro por su casa, por todo el territorio. La libertad de prensa era un mito. Mentes lúcidas y brillantes sucumbieron a la tentación y se alinearon.  Sólo había de una sopa. Un escritor llegó a mencionar la “dictadura” perfecta. Llegó un día, al menos en parte,  el fin de este régimen. Con bombo y platillo, con repique de campanas,  se anunció la llegada de la democracia, la frágil democracia. El que no conozca la naturaleza humana pudo  sucumbir a esta tentación de creer  que todas las cosas iban a cambiar.  Entró por la puerta grande la democracia. No obstante ha entrado en un estado de  agotamiento. El nuevo régimen heredó no pocos vicios del antiguo.  Actualmente estamos en una etapa de búsqueda del modelo de gobierno que conviene a México. Hay un sentimiento de decepción hacia lo que significa: partidos políticos, gobierno, elecciones, presidencialismo. Un gobierno paternalista no nos hace bien. Un gobierno que no combate la corrupción y la impunidad no nos conviene. Un gobierno que se interesa demasiado por la imagen, no encaja.  Entonces quizá empiece a aparecer en el inconciente colectivo una “tertia via” que podríamos definir como un gobierno que se decida por una reforma educativa, que apueste por la creación de empleos, un gobierno que pueda tener un mayor control de los medios de comunicación en el sentido de que no contribuyan éstos  al atraso cultural. Los ciudadanos saldrán en adelante a votar por gobiernos honestos en el mejor sentido de la palabra. Se buscan gobiernos que no sólo sean de personas honestas, sino que busquen que todas las dependencias actúen con absoluta honestidad y que castiguen, pero de veras, la corrupción y la impunidad.  Se ocupan gobiernos que privilegien la educación,  que promuevan la familia, el respeto a la vida humana, que trabajen por la educación y la salud, gobiernos que intuyan lo que la población percibe y requiere. Gobiernos cercanos al pueblo.  Se trata de un modelo diferente.  Se trata de tomar de los distintos modelos o estilos de gobierno, lo mejor que tengan. Necesitamos una economía de solidaridad, de corresponsabilidad.  Se nos pide que tengamos la osadía de  renunciar a los vicios del sistema.  Que no nos gobiernen los astutos, sino los prudentes y los sabios. No se trata de jugar vencidas, ni de medir el músculo. Se trata de buscar lo mejor y seguirlo. El centro de la economía, de la política, de la cultura, es el hombre. Se trata de un sistema humanista. 

Mons. Eduardo Ackerman D.

Parroquia Santa María Reina 

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