Angelus: Compartir la alegría de la llegada del Redentor

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A mediodía, el Papa Francisco se asomó desde la ventana de su estudio para  rezar el ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. El tercer domingo de Adviento, como recordó el Santo Padre, se caracteriza por la invitación de  san Pablo: “Alégraos siempre en el Señor. Os lo repito insistir, alégraos. El Señor está cerca. “No es una alegría superficial o puramente emotiva aquella a la que nos exhorta el apóstol –observó el Obispo de Roma- ni tampoco es mundana ni es la alegría del consumismo: … Se trata de una alegría más auténtica, de la que estamos llamados a redescubrir el sabor. El sabor de la verdadera alegría. Es una alegría que toca lo más profundo de nuestro ser, mientras esperamos a Jesús que ya ha venido a traer salvación al mundo… La liturgia de la Palabra nos ofrece el contexto adecuado para comprender esta alegría y vivirla. Isaías habla de desierto, de tierra árida, de estepa; el profeta tiene ante sí manos débiles, rodillas temblorosas, corazones perdidos, ciegos, sordos y mudos. Es el cuadro de una situación de desolación, de un destino inexorable sin Dios”.

“Pero finalmente la salvación es anunciada: “¡Sed fuertes, no temáis!, dice el Profeta. ¡Aquí está vuestro Dios! ¡Él mismo viene a salvaros!”. E inmediatamente todo se transforma: el desierto florece, el consuelo y la alegría llenan los corazones. Estos signos anunciados por Isaías como reveladores de la salvación ya presente, se realizan en Jesús. Él mismo afirma respondiendo a los mensajeros enviados por Juan Bautista: “Los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan”.  No son palabras, son hechos que demuestran cómo la salvación  que trajo Jesús, aferra todo el ser humano y lo regenera. Dios ha entrado en la historia para liberarnos de la esclavitud del pecado, ha puesto su tienda en medio de nosotros para compartir nuestra existencia, curar nuestras llagas, vendar nuestras heridas y darnos la vida nueva. La alegría es el fruto de esta intervención de salvación y de amor de Dios”.

“Estamos llamados a dejarnos invadir por este sentimiento de júbilo,…por esta alegría –afirmó Francisco-  A un cristiano que no es alegre… algo le falta .. ¡o no es cristiano! La alegría del corazón, la alegría interior  que nos empuja y nos da valor. El Señor viene, viene a nuestra vida…a liberarnos de todas las esclavitudes interiores y externas. Él  nos indica el camino de la fidelidad, de la paciencia y de la perseverancia porque, a su regreso, nuestra alegría será plena. La Navidad está cerca, los signos de que se aproxima  son evidentes por nuestras calles y en nuestras casas; también aquí en la Plaza se ha puesto el belén con el árbol al lado. Estos signos exteriores  nos invitan a recibir al Señor que siempre viene y llama a nuestra puerta, llama a nuestro corazón para acercarse a nosotros. Nos invitan a reconocer sus pasos entre aquellos de los hermanos que nos pasan al lado, especialmente los más débiles y necesitados”.

“Hoy  -concluyó- estamos invitados a alegrarnos por la venida inminente de nuestro Redentor, y a compartir esta alegría con los demás, dando consuelo y esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas solas e infelices. La Virgen María,  la “sierva del Señor”, nos ayude a escuchar la voz de Dios en la oración y a servirlo con compasión en los hermanos, para llegar preparados a la cita con la Navidad, preparando nuestro corazón a recibir a Jesús”.

 

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