El hijo del carpintero
En Nazaret conocían demasiado a Jesús.
Es decir, creían conocerlo. ¿Qué podían esperar, pues, de él? También los círculos dirigentes de Israel creían conocer a Dios hasta el más mínimo detalle. Por eso el modo de hablar y comportarse de Jesús (no cesaba de apelar al Padre) les resultaba un escándalo.
Una buena ocasión para invitar a los cristianos de buena fe (que somos todos nosotros) a no creernos tan familiarizados con Dios y con Jesús que ya lo sepamos todo y no tengamos nada nuevo que esperar. A no cerrarnos en nuestra rutina y a dejarnos interpelar por situaciones, personas, acontecimientos, que nos presenten una imagen nueva e insólita de Dios o de su Reino.
Las palabras de la gente de Nazaret ponen de manifiesto la profunda humanidad de Jesús. Sí: es el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón. ¿Y pretende anunciar el Reino de Dios? ¡Qué escándalo! Quizá sólo después de haber pasado por este escándalo podremos comenzar a vislumbrar los caminos de Dios y a Dios mismo.
Y comprenderemos que los milagros del evangelio no son tan espectaculares como pensamos y que la fe no se impone por ninguna fuerza intelectual o maravillosa, sino que se descubre como un tesoro escondido entre los acontecimientos de la vida ordinaria y como una luz viva, que parece insignificante entre tantas lucecitas de colores, y como una diminuta semilla por la que no daríamos nada a simple vista, con nuestra mirada de cada día…
Ni milagros, pues, ni sabiduría, como diría san Pablo, sino un Mesías crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos (1Co 1,22-24).
La primera lectura insiste en la incomprensión. Vuelta del revés, se podría poner de manifiesto la fidelidad de Dios, que nunca se echa atrás y siempre está en la puerta y llama. No como un premio a nuestro buen comportamiento, a nuestra fidelidad, sino ¡como una manera de ser él mismo!
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila