Les aseguro que el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi nombre

 Sábado de la sexta semana de pascua

 LECTIO

Evangelio: Juan 16,23-28

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: les aseguro que el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi nombre. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa.

Hasta ahora les he hablado en un lenguaje figurado, pero llega la hora en que no recurriré más a ese lenguaje, sino que les hablaré del Padre claramente. Cuando llegue ese día, ustedes mismos presentarán sus súplicas al Padre en mi nombre; y no es necesario que les diga que yo voy a interceder ante el Padre por ustedes, porque el Padre mismo los ama. Y los ama porque ustedes me aman a mí y han creído que yo he venido de Dios. Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre.

 

ORATIO

¡Pedir en tu nombre, oh mi amadísimo Salvador, no sólo pronunciar tu nombre, sino hacer mía tu causa, perseguirla con tu corazón, ver el mundo con tus ojos, comprender tu alegría, querer entregarme corno te entregaste tú! ¡Qué lejos estoy de todo esto! Por eso me quedo en ocasiones decepcionado en mi oración; por eso pierdo el ánimo en mi compromiso con tu servicio; por eso, ante a la escasez de resultados, me viene la tentación de abandonar.

Señor, mira con piedad mis veleidades al servirte, ven al encuentro de mis ilusorias esperanzas de gratificaciones, para sostenerme y purificarme. Forma en mi UD. corazón semejante al tuyo. Dame el impulso desinteresado de tu amor. Átame continuamente con el amor del Padre, para que pueda amar a mis hermanos como él los ama, como tú los amas, como yo quisiera amarlos. Y los amaré si vienes en mi ayuda. Ven, Señor, no me abandones. Envu.élveme con tu luz y con tu amor.

 

MEDITATIO

La comunión de los discípulos con Jesús y con su mi­sión les garantiza que el Padre escuchará su oración como escucha la del Hijo. Del mismo modo que las obras y las palabras de Jesús no son suyas, sino del Padre, tampoco las obras y las palabras de los discípulos son suyas, sino de Jesús, presente dentro de ellos: la omni­potencia de Jesús es la omnipotencia de los discípulos.

El gran mensaje contenido en esta página de Juan me provoca: ¿por qué obtengo tan poco? ¿Por qué soy tan poco eficaz? ¿Por qué mi alegría es tan raramente plena? Y aún: ¿por qué el misterio de la unión del Hijo con el Padre me atrae sólo de una manera débil? ¿Por qué sien­to tan pocas veces la omnipotencia de Dios en mi acción? ¿Y si estas preguntas estuvieran concadenadas? ¿No estarán por casualidad mis ojos demasiado vueltos a la realidad de este mundo y demasiado poco al misterio de Dios, al amor del Padre al Hijo y del Hijo a los discípu­los? La mirada al mundo, aunque necesaria, no me ayu­da ciertamente a salvarlo, a no ser que lo mire con los ojos y con el corazón del Padre, que ha dado al Hijo para la salvación del mundo y quiere implicarme en esta aventura decisiva, porque es una aventura que tiene que ver con la eternidad. El ojo de Dios me ayudaría a ver las necesidades con frecuencia ocultas de la gente, a encontrar el remedio «divino» y no sólo humano que debemos ofrecerles, la alegría plena que hemos de presentar, el amor que lo rescata todo. ¿Y si mi problema fundamental fuera la débil contemplación?

 

Mons. Salvador Cisneros G

Parroquia Santa Teresa de Ávila

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