Jesús les dijo: Pues dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios

Martes de la 9a semana del Tiempo ordinario

 

Evangelio: Marcos 12,13-17

 

En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron unos fariseos y unos herodianos con el fin de cazarlo en alguna palabra. Llegaron éstos y le dijeron: Maestro, sabernos que eres sincero y que no te dejas influir por nadie, pues no miras la condición de las personas, sino que enseñas con verdad el camino de Dios.

¿Estamos obligados a pagar tributo al césar o no? ¿Lo pagamos o no lo pagamos? Jesús, dándose cuenta de su mala intención, les contestó: ¿Por qué me ponéis a prueba? Traedme una moneda para que la vea. Se la llevaron, y les preguntó: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción?

Le contestaron: Del césar. Jesús les dijo: Pues dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios. Esta respuesta les dejó asombrados.

 

ORATIO

 

Señor, Dios de la historia, Eterno sin tiempo, te alabo porque has creado también nuestra historia y nuestro tiempo. Ambos te pertenecen y están repletos de ti. De ti proceden y a ti deben volver, del mismo modo que nuestra persona, con todo lo más humano que posee, corno el deseo de vivir y de amar… Cuando llevamos a cabo tal recorrido y confesamos que, verdaderamente, tú eres la fuente y el término de lo que somos y tenemos, nuestro tiempo entra en tu eternidad y nuestra historia se convierte en historia de salvación, al tiempo que la vida celebra tu soberanía y la muerte es corno una vuelta a casa.

 

Perdóname, Dios, que haces nuevas todas las cosas, por todas las veces que he pretendido apropiarme de mi tiempo y no he sabido esperar la novedad de tu día; por todas las veces que no he sabido reconocer tu imagen en las cosas y he dirigido hacia mí lo que hubiera debido «devolverte». En esas ocasiones, en vez de soñar con «unos cielos nuevos y una tierra nueva» y reconocer el alborear de tu día, he preferido ilusiones inmediatas y satisfacciones más seguras en apariencia, gustos y sabores ya conocidos y ya viejos, aunque sólo para encontrar al final aburrimiento y frustración, o ese regusto doloroso del placer que se repite por inercia, tristemente semejante a sí mismo.

 

«Maestro, tú que eres sincero», enséñame a esperar el día de Dios y, mientras lo espero, «a dar a Dios lo que es de Dios»: todos los latidos de mi corazón, cada aliento de mi vida.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Que venga el alba, oh Dios, el día de tu sonrisa.

Dios de todos los nombres y de todos los pueblos, Madre y Padre nuestro, Señor de la historia, Señor del amor, alfa y omega de los tiempos.

 

Te hablo en nombre de los perdedores, de parte de los que ya ni siquiera tienen nombre […].

 

Te hablo de parte de aquellos que ni siquiera representan una cifra en las frías estadísticas.

 

Amo, oh Dios, las alegrías del fotón, del tiempo y del espacio; amo la lente que lanza su insistente mirada al universo; amo la magia sagrada que alivia el dolor y difiere la muerte; amo las manos de quien penetra en el misterio mismo de la vida. Amo la forma, el sonido, el color.

 

Amo el don de la palabra que has puesto en mi boca. Pero ya te hablarán otros de la alegría del Arte y de la magia de la Ciencia.

 

Yo te hablo del dolor. Te hablo del hambre, oh Dios, de la muerte. Te hablo de parte de quienes sembraron sueños y han muerto con un bocado de esperanza amarga en la garganta.

 

Te hablo de parte del que resiste en medio de la noche. Te hablo, oh Dios, de los que velan.

 

Desde aquí saludo los tiempos venideros.

 

Saludo el tiempo en el que por fin encuentre las manos que construyan contigo «un cielo nuevo y una tierra nueva». Manos nuevas para poblar el mundo de colores.

 

(Micaela Najlis, poetisa nicaragüense).

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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