En la escuela de los Abuelos: “volvemos a las raíces, no por nostalgia, sino para seguir adelante”

Pastoral para la Comunicación.- Con información del director de L’Osservatore Romano el cual presenta en un editorial en las intervenciones de Francisco dedicadas a los abuelos, evocadas en la fiesta de Santa Ana, la abuela de Jesús: estamos todos juntos en camino, “horizontalmente”, nosotros contemporáneos, diferentes pero hermanos, y “verticalmente” con los que nos han precedido y los que vendrán después, dispuestos a recibir de nosotros esa riqueza de sabiduría que recibimos de nuestros antepasados, subraya la editorial.

Afirma la necesidad de volver a las raíces, a la fuente. No por un gusto nostálgico, sino para seguir adelante, para afrontar los retos de la vida. En el tercer día de su peregrinación penitencial de su 37º viaje apostólico del 24 al 29 de julio de 2022 en Canadá, el Papa Francisco, en dos momentos litúrgicos distintos, nos invita a reflexionar sobre lo importante, lo vital, que es una sana relación con el propio pasado, con la propia historia.

En un primer momento, en la misa celebrada por la mañana en el Commonwealth Stadium de Edmonton con motivo de la fiesta de los Santos Joaquín y Ana, el Papa habló de los abuelos, recordando dos aspectos: el primero es que “somos hijos de una historia que hay que cuidar”. No somos individuos aislados, no somos islas, nadie viene al mundo desvinculado de los demás. Nuestras raíces, el amor que nos esperaba y que recibimos al venir al mundo, los entornos familiares en los que crecimos, forman parte de una historia única que nos precedió y nos generó. No lo hemos elegido, sino que lo hemos recibido como un regalo; y es un regalo que estamos llamados a valorar”.

La segunda intervención es que “además de ser hijos de una historia que hay que custodiar, somos artífices de una historia que hay que construir”. […] Nuestros abuelos y nuestros mayores deseaban ver un mundo más justo, más fraternal y más solidario, y lucharon para darnos un futuro. Ahora, depende de nosotros no decepcionarlos. Apoyados en ellos, que son nuestras raíces, nos corresponde a nosotros dar fruto. Somos las ramas que deben florecer y sembrar nuevas semillas en la historia”. El tema es el de las raíces, la imagen es la del árbol.

El lunes, en la iglesia del Sagrado Corazón de Edmonton, ante el altar construido sobre un gran tronco de árbol, -dijo- “es hermoso ver el simbolismo del árbol representado en la fisonomía de esta iglesia, donde un tronco une a la tierra un altar en el que Jesús nos reconcilia en la Eucaristía, un acto de amor cósmico que une el cielo y la tierra, abraza y penetra toda la creación (Carta Encíclica Laudato si’, 236) […] es Él quien en la cruz reconcilia, recompone lo que parecía impensable e imperdonable, abraza a todos y a todo”.

Incluso en los discursos del tercer día, aparentemente sobre otros temas, vuelve el tema central de este viaje de peregrinación penitencial. Hablando de los abuelos, el Papa observa que “nos han transmitido algo que en nosotros no se puede borrar y, al mismo tiempo, nos han permitido ser personas únicas, originales y libres. Así, precisamente de los abuelos aprendimos que el amor nunca es una coacción, nunca priva al otro de su libertad interior”. Se dirige a los pueblos heridos precisamente porque han sufrido un proceso de cancelación de su propia identidad, de ahí la lección que subraya Francisco: “Aprendamos esto como individuos y como Iglesia: no oprimir nunca la conciencia del otro, no encadenar nunca la libertad de los que tenemos enfrente”.

Como prescindir de los abuelos, o más bien “quitarlos” en el momento en que uno empieza a crecer. En cambio, el Papa nos muestra el valor de la “fuente”, el manantial inagotable de afecto que brota de los abuelos de los que procedemos: “Es en esta fuente donde encontramos consuelo en los momentos de desánimo, luz en el discernimiento, valor para afrontar los retos de la vida. Es el futuro el que provoca el pasado, el que lo hace resurgir como un recurso fundamental, si tenemos la fuerza, la humildad, de recurrir a los que nos han precedido. La “escuela” de los abuelos no puede fallar, por lo que, cuando el futuro se nos presenta apremiante e inquietante, debemos “volver siempre a esa escuela, donde aprendimos y experimentamos el amor”.

 

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