MENSAJE AL INICIO DE MI SERVICIO PASTORAL EN LA ARQUIDIÓCESIS DE TIJUANA

 

Al iniciar mi servicio pastoral en esta Arquidiócesis de Tijuana, proclamo a Jesucristo como Señor y Salvador de todos los hombres, profeso mi amor a la Iglesia que peregrina en estas tierras y me confío al cuidado maternal de la Santísima Virgen de Loreto.

 

Saludo al Emmo. Sr. Cardenal Don Alberto Suárez Inda y le agradezco la significativa homilía que compartió con nosotros a la luz de la Palabra de Dios.

 

Quiero recordar y hacer presentes ante esta asamblea eucarística a los Señores Obispos que han ido al frente de esta Iglesia de Tijuana. Levanten su mano quienes conocieron al tercer Obispo de Tijuana Mons. Emilio Carlos Berlié Belaunzarán…, ahora quienes conocieron a su segundo Obispo Dn. Juan Jesús Posadas Ocampo…, también quienes conocieron a su primero Obispo Mons. Alfredo Galindo y Mendoza… Para todos ellos vaya nuestro saludo, gratitud y oración constante.

 

Saludo con gran afecto en Cristo Jesús a quien ha conducido la barca de la Iglesia en esta Arquidiócesis de Tijuana durante los últimos 20 años. Gracias Excmo. Sr. Arzobispo Don Rafael Romo Muñoz, que Dios te bendiga, reciba la ofrenda de tu entrega generosa a esta tu Arquidiócesis de Tijuana y que haya siempre paz y alegría en tu corazón.

 

Retomando el paso y los trabajos pastorales de los primeros misioneros jesuitas, dominicos y franciscanos, el paso de San Junípero Serra por estas tierras rumbo a los Estados Unidos, y el paso y trabajos pastorales de estos cuatro obispos de Tijuana, con humildad hoy he tomado el cayado del Buen Pastor, para continuar nuestro peregrinar a ritmo de Iglesia.

 

Saludo a mis hermanos obispos de esta Provincia Eclesiástica de Baja California: a Mons. José Isidro Guerrero Macías, Obispo de Mexicali; a Mons. Miguel Ángel Alba Díaz, Obispo de la Paz; y a Mons. Rafael Valdez Torres, Obispo de Ensenada, con quienes deseo vivir en íntima fraternidad episcopal, para que nuestras diócesis caminen siempre en comunión eclesial en esta Provincia Eclesiástica, con las demás diócesis y con la Iglesia Universal.

 

Saludo a mis hermanos obispos de la Provincia Eclesiástica de Puebla y a todos los que nos acompañan y valoro el esfuerzo de venir hasta el extremo norte de nuestro País a mi toma de posesión. En ustedes veo a todo el Episcopado Mexicano y pido al Señor que bendiga su labor pastoral en cada una de sus Diócesis.

 

Saludo a mis hermanos obispos de los Estados Unidos. Su presencia es un preludio de los trabajos pastorales que vamos a compartir, especialmente en relación a nuestros hermanos migrantes.

 

Saludo a Mons. Dagoberto Campos Salas, Encargado de Negocios en la Nunciatura Apostólica de México y le agradezco que, por la voluntad del Papa Francisco, me haya impuesto el Palio Arzobispal, que recibí de sus manos en la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Este Palio significa ante todo que vivo en comunión con el Santo Padre y que debo promover la comunión entre los obispos de mi Provincia Eclesiástica, y con los obispos de las otras provincias de México.

 

Saludo al Sr. Gobernador de Baja California, el Lic. Francisco Vega de Lamadrid y a su esposa la Sra. Brenda; así como al Sr. Presidente Municipal de Tijuana, el Dr. Jorge E. Astiazarán Orcí y a su esposa la Sra. Elia, y les ofrezco unir esfuerzos para impulsar el bien integral de nuestras familias y de nuestros pueblos.

 

Saludo a los sacerdotes, religiosas y laicos que vienen conmigo de Tlaxcala; les agradezco su disposición para caminar juntos durante ocho años y su participación en esta celebración, al tiempo que los animo a seguir adelante empeñados en hacer de Tlaxcala, esa “Diócesis Antigua y Joven”, la “Diócesis más hermosa del mundo”.

 

Saludo a mis familiares y amigos de Salamanca, Irapuato, Morelia, Tijuana, Valle de Santiago, Guadalajara, etc. Ustedes son muy importantes en mi vida y en mi sacerdocio. Les agradezco su apoyo y cariño incondicional y les aseguro que estarán siempre presentes en mi Eucaristía.

 

Saludo a todos mis sacerdotes y diáconos del presbiterio de la Arquidiócesis de Tijuana. Ustedes son para mí un regalo especial que me da el Señor y que recibo con alegría y gratitud. Los llevo en mi corazón aún antes de conocerlos y quiero ser para ustedes un padre, un hermano y un amigo. Los invito a trabajar juntos en la viña del Señor y a construir la unidad en nuestra Arquidiócesis, a partir de una profunda conversión personal, comenzando por mí mismo.

 

Estoy convencido de que la renovación de la Iglesia está en el corazón del sacerdote. La Iglesia necesita sacerdotes sabios y virtuosos, pero ante todo necesita sacerdotes santos, cercanos a su gente, misericordiosos y con olor a oveja.

 

Lo que más anhela nuestra gente de sus sacerdotes es verlos unidos entre sí y en torno a su obispo. Ese es el signo que hace creíble a Jesús a los ojos del mundo. Él se ha puesto en nuestras manos y quiere ser reconocido y aceptado como el enviado del Padre por la unidad vivida entre nosotros, según lo expresó en el Evangelio: 3

 

Padre, que todos sean uno como Tú y Yo somos uno, para que el mundo crea que Tú me has enviado”. (Jn. 17, 21).

 

Queridos padres, en esta noche de gracia los exhorto a abrir su corazón a todos sus hermanos presbíteros y diáconos de nuestro presbiterio de Tijuana, a no dejar fuera a ninguno, aún a aquellos con los que haya alguna dificultad. Yo me veo en medio de ustedes como padre de la relación y constructor de la unidad y del amor.

 

Si nosotros vivimos unidos en el amor, si somos hermanos y amigos, las tareas pastorales serán más llevaderas y seremos capaces de superar los vientos y tempestades que amenacen a la Iglesia de Cristo.

 

Saludo a mis hermanos religiosos y a mis hermanas religiosas, a estos hombres y mujeres que han consagrado radicalmente su vida al Señor, en el servicio a sus hermanos y asumiendo los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Vivan con gozo y autenticidad su opción por Cristo, intégrense en la vida diocesana aportando lo mejor de su carisma y dimensionando su consagración encarnados en esta Iglesia particular de Tijuana. Ustedes, unidos entre sí y con su Arquidiócesis, son un potencial evangelizador enorme. Anhelo estar cercano a ustedes y enriquecerme con su testimonio de vida.

 

Saludo a mis queridos seminaristas, a estos jóvenes valientes que han respondido con generosidad a la llamada del Señor. Prepárense para que sean los futuros sacerdotes que necesita esta Arquidiócesis de Tijuana.

 

Saludo a mis hermanas y hermanos laicos. Es muy poco lo que podemos hacer los obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas sin la colaboración de todos los bautizados. Hoy es el tiempo de los laicos. Son ustedes el gigante dormido que tiene que despertar. Necesitamos darles el lugar que les corresponde en la Iglesia, para que vivan su vocación de discípulos y misioneros de Jesucristo. Para ello, necesitamos impulsar su formación que los lleve al encuentro con el Señor, para que lo anuncien con la palabra y el ejemplo en los ambientes de su vida diaria.

 

Hermanos laicos, en la medida de sus posibilidades, los necesitamos colaborando dentro de las estructuras de la Iglesia; pero a todos y sin excepción los necesitamos en el mundo, como fermento en la masa, danto testimonio de su fe en Cristo Jesús en sus hogares, en el trabajo, en la cultura, en la economía, en la política, en el deporte, en los cargos públicos, en la empresa, en los medios de comunicación; en una palabra, ahí donde se desenvuelven a diario.

 

De esta manera, quienes formamos esta Arquidiócesis de Tijuana, inmersa en la sociedad bajacaliforniana, estamos llamados a colaborar en la construcción de una mejor sociedad, donde se vivan los valores de la verdad, la justicia, el amor y la paz.

 

A quienes me han preguntado si traigo un plan pastoral, les comparto que el plan para nuestra Arquidiócesis será, ante todo, vivir el Evangelio. Quiero acercarme a esta nueva realidad con los ojos del Buen Pastor, para identificar los grandes retos que sin duda nos esperan. Los municipios de Tijuana, Tecate y Rosarito tienen en su población, proveniente de todo el mapa geográfico de México y en el flujo migratorio y turístico, un gran potencial humano, que ha de visualizarse, no como un problema, sino como una oportunidad de progreso, pues a la persona humana nunca hemos de verla como un problema, cualquiera que sea su condición.

 

Ante esta realidad podemos cuestionarnos: ¿qué estamos haciendo desde las estructuras de la Iglesia para colaborar a que nuestros pueblos tengan una identidad propia, que los haga sentir únicos y especiales y de la cual se sientan orgullosos? Lo mejor que podemos ofrecerles es una experiencia profunda de encuentro con Cristo Resucitado y una Iglesia unida en el amor, con su corazón abierto para todos.

 

Nos encontramos en la frontera más movimentada del mundo, por la que cruzan entre 50 y 80 millones de personas al año. Esta movilidad humana nos plantea ya un gran reto: ¿cómo ofrecer una atención pastoral a todos estos hermanos que se establecen en nuestros pueblos y que vienen y/o van a los Estados Unidos, en su condición particular?

 

En Tijuana, como Iglesia misionera, hemos de ser una Iglesia de puertas abiertas para todos, pero también en salida, para ir al encuentro de los alejados y de los que no han recibido el anuncio de la salvación en Cristo Jesús. Si hemos de privilegiar nuestra acción pastoral, les propongo que nuestros consentidos sean los pobres, los pecadores, los migrantes y los más necesitados de la misericordia de Dios. Confío en que todos nos identifiquemos con alguna de estas categorías.

 

Yo vengo a estas tierras de Tijuana que apenas conozco, revestido de mi pobreza, consciente de que soy un pecador y como un migrante necesitado de la misericordia de Dios, y ustedes me han recibido muy bien. Ahora pensemos juntos qué podemos hacer para acoger y promover a estos hermanos nuestros que nos necesitan. La clave está en descubrir en cada uno de ellos el rostro sufriente del mismo Cristo que vive o peregrina en esta frontera norte de nuestro país.

 

Por todo esto, he elegido para mi escudo episcopal el lema: “Unidos en la Misericordia”. Todo será posible si vivimos unidos en el amor y si somos misericordiosos los unos con los otros, revelando el rostro misericordioso de nuestro Padre Dios y de su Hijo Jesucristo.

 

Nosotros como Iglesia no vamos a resolver todas las necesidades de esta sociedad, pero sí podemos hacer visible el Reino de Dios en medio de la comunidad humana, con algunas iniciativas en nuestras parroquias y uniendo esfuerzos con otros organismos, empresas o instituciones sociales y del gobierno.

 

En esta tarea estamos comprometidos todos como una familia en la fe: los pequeños que con su corazón de niño ven las cosas trascendentales de la vida, los adolescentes en medio de sus dudas e inquietudes, los jóvenes con la alegría y riqueza de su juventud, los adultos que viven la plenitud de su existencia y los ancianos que son los sabios del hogar y de nuestros pueblos; pero ¿cómo podemos hacer realidad todo esto? ¿De dónde sacaremos las fuerzas necesarias para tan grande empresa?

 

Nutridos con el pan de la Palabra de Dios y con la vivencia profunda de la Eucaristía, será el Espíritu Santo quien conduzca a su Iglesia. Por eso, en actitud de constante discernimiento, nos preguntaremos: qué quiere Dios de nosotros y por dónde quiere conducir el Espíritu Santo a esta Arquidiócesis de Tijuana.

 

Frente a estos retos, quiero asumir ante ustedes con gozo y responsabilidad esta misión, que me ha confiado el Papa Francisco. Vengo en nombre del mismo Cristo para anunciarles las buenas noticias del Evangelio, para santificar a este pueblo que se me confía y para conducirlo como su padre y pastor.

 

Viviré en medio de ustedes como el que sirve, por eso hago mías las palabras de Jesús: “no vine a ser servido, sino a servir y a dar mi vida por la salvación de todos”. Hoy me consagro por completo al servicio de esta amada Arquidiócesis de Tijuana: si hablo o callo, si voy o vengo, si actúo o espero otro momento para hacerlo, todo lo haré pensando siempre en ustedes, en esta radiante esposa de Cristo que es la Iglesia, a la que prometo amor y fidelidad.

 

Para todos, soy su amigo y servidor en Cristo Jesús. ¡Muchas gracias!

 

+ S.E.R. Mons. Francisco Moreno Barrón

Arzobispo Metropolitano de Tijuana

 

Tijuana, B. C. 11 de agosto de 2016.

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