Interpretar las Escrituras

En el episodio de los discípulos de Emaús vemos cómo la fe pascual se desarrolla por la interpretación que Jesús hace de sí mismo. Los discípulos que caminan hablan de Jesús como si fuera un simple profeta. Jesús recurre a la Escritura.

No se trata de un simple profeta, sino del Mesías, a cuya muerte y resurrección remiten todas las Escrituras: la Ley, los Profetas y los sabios. Todo lo que se narra en la Escritura indica que el sufrimiento y la muerte no son la última palabra de Dios sobre el hombre, sino que el hombre definitivo, el Mesías, conducirá esas las imágenes a la verdad completa en su persona.

Que Dios es un Dios de vivos y no de muertos, lo había dicho ya Jesús a los saduceos; en Jesús Dios se muestra como la «resurrección y la vida».

No se trata de una exageración o de una interpretación artificial cuando esta idea se pone de relieve como el sentido fundamental de toda la Escritura. Como demostración de esta interpretación aparece al final del evangelio el relato de la bendición eucarística del pan, verdadero maná, y de la desaparición de Jesús, que deja su palabra y su sacramento a la Iglesia.

 

En la lectura de los Hechos, Pedro, sobre el que ha descendido ya el Espíritu Santo, muestra el testimonio de la resurrección a los pueblos reunidos y recurre a un texto particularmente penetrante del salmo que expresa su «segura esperanza» de que Dios no entregará su cuerpo a la muerte y a la corrupción.

Su seguridad y confianza aluden al cumplimiento de la promesa divina de dar vida en uno de sus descendientes. Y esta promesa se ha cumplido ahora definitivamente.

«Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en ustedes, el mismo que resucitó al Mesías dará vida también a su cuerpo mortal, por medio de su Espíritu que habita en ustedes» (Rm. 8,11).

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

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