Una decisión en favor de Dios

Se concluye este domingo la lectura del capítulo sexto de Juan, que nos ha permitido profundizar el misterio del pan de vida. 

El diálogo final de Jesús con sus discípulos demuestra que tanto la eucaristía como la encarnación colocan al hombre delante de una opción decisiva. 

El evangelio comienza presentando la reacción de algunos discípulos frente al discurso de Jesús: “Este discurso es duro, ¿quién podrá aceptarlo?”. Jesús hace referencia inmediatamente a su vuelta al mundo de Dios, a su pascua: la clave para aceptar su palabra está en la acción del Espíritu Santo en el corazón del creyente: “El Espíritu es quien da la vida”. 

La comprensión de la fe, que supera el nivel de inteligencia humana, es la que vivifica, porque hace que el hombre se encuentre con las palabras de Jesús que “son Espíritu y vida”, o como dice Pedro: “Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Los discípulos que han rechazado el discurso de Jesús y que han dejado de seguirlo se han dejado llevar sólo por el razonamiento humano, mientras los Doce por boca de Pedro han seguido al Espíritu que los conduce a la confesión mesiánica y, después de la resurrección y del don del Espíritu, también a la confesión de la divinidad de Jesús (Jn 20,28). 

La liturgia nos habla hoy de aquella decisión que define la historia de cada persona y que es raíz de todas las demás opciones que se toman en la vida. Una opción difícil y dolorosa, que debe ser nutrida y sostenida repetidamente. 

Israel se decide por el Dios vivo, abandonando el servicio de los ídolos; y en el evangelio los apóstoles optan por Jesús, cuyas palabras son Espíritu y vida. 

El fundamento de esta decisión que orienta totalmente la existencia es doble: la libertad del hombre y la acción misteriosa del Espíritu. 

La libertad es el corazón de la fe y de la moral. El “servir” bíblico, del que habla hoy la primera lectura, es adhesión personal y espontánea; la pregunta de Jesús que dirige a los Doce es fuente de libertad: “¿Acaso también ustedes quieren irse?” (v. 67). 

No se construye la fe auténtica sin una educación fuerte a la libertad. Por otra parte, tal decisión no puede ser fruto solamente del razonamiento y de la lógica humana (“la carne”). Decidirse radicalmente por Cristo y por el reino es una opción que nace de la acción misteriosa del Espíritu, que conduce a la vida y a la fe plena y verdadera. 

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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