HOMILÍA EN EL LVIII ANIVERSARIO DE LA ERECCIÓN CANÓNICA DE LA DIÓCESIS DE TIJUANA

Saludo con mucho cariño a mi amada Arquidiócesis de Tijuana, representada en los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que participan presencialmente en esta Iglesia Catedral de esta Eucaristía de Acción de Gracias por el 58 Aniversario de la Erección Canónica de esta Diócesis de Tijuana. Mi saludo es el mismo que nos da hoy san Pablo en la Primera Carta a los Corintios: “Hermanos, gracia y paz, a ustedes de parte de Dios, nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor”.

La Palabra de Dios que se ha proclamado es muy hermosa, siempre actual y como espada de dos filos que penetra hasta la médula de los huesos, y el común denominador de esta Palabra es la gratitud. Aplicando a nosotros como diócesis la palabra profética de Isaías, hoy recordamos la misericordia del Señor y cantamos sus alabanzas por todos sus beneficios, por todo lo que ha hecho por nosotros, con su inmensa compasión y misericordia.

Preguntémonos: ¿Qué ha hecho nuestro Dios por nosotros?, ¿Cuáles beneficios nos ha concedido? Juntos podríamos hacer una larga lista de estos beneficios, sin duda alguna.

Permítanme resaltar, ante todo, la llegada a estas tierras de grandes obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, misioneros y laicos, que a lo largo de 58 años han sembrado el Evangelio en estas tierras y nos han engendrado en la fe en Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Verdaderamente somos herederos de su entrega de amor.

En sus planes de amor y salvación, la providencia de Dios dispuso que Mons. Felipe Torres Hurtado, M.Sp.S., como administrador apostólico iniciara la preparación entre 1939 y 1949, para que un día se erigiera esta Diócesis de Tijuana.

Continuó esta labor, como vicario apostólico también, durante 15 años, Mons. Alfredo Galindo y Mendoza, M.Sp.S., hasta que fue ordenado primer obispo de esta nueva Diócesis de Tijuana el 24 de enero de 1964, servicio que desempeñó hasta 1970, durante 6 años. Hoy estoy ocupando esta sede presidencial que fue suya, y en unos momentos, colocaremos sobre el altar el cáliz, que él empleaba en algunas celebraciones, cáliz en el que pondremos el vino de uva que se convertirá en la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, al igual que el pan de trigo se convertirá en su Cuerpo.

Después llegó como obispo Mons. Juan Jesús Posadas Ocampo, quien, siendo arzobispo de Guadalajara, vino a ser el Cardenal Posadas Ocampo y que ya goza de la presencia de Dios. Él fue obispo en Tijuana hasta 1982, durante 12 años, y esta mitra que llevo puesta, él la portaba en su cabeza.

Enseguida, la Providencia de Dios confió esta Diócesis a Mons. Emilio Carlos Berlie Belauzarán, hasta 1995, durante 13 años. Actualmente, él es arzobispo emérito de Yucatán y este báculo que tengo en mi mano, él lo llevó consigo.

Mons. Rafael Romo Muñoz, primero como obispo y luego como primer arzobispo de esta Arquidiócesis, condujo esta porción de la Iglesia hasta el año 2016, es decir, durante 21 años. Actualmente es arzobispo emérito y sigue participando de nuestra vida diocesana. La cruz pectoral que llevo es de él y también este anillo.

Del año 2016 a la fecha, Dios ha confiado el cuidado pastoral de esta Arquidiócesis a mi pobreza. El palio que llevo, me lo entregó el Papa Francisco en Roma, en la Basílica de San Pedro, un poco antes de llegar aquí con ustedes. Es el palio que porta el mismo Santo Padre y todos los arzobispos.

Como vemos, queridos hermanos, participamos de un continuo peregrinar en medio de la Iglesia como mujeres y hombres de fe, bajo la guía de los sucesores de los apóstoles. Ha habido una continuidad en el pastoreo de nuestra diócesis, y es Jesucristo, Sumo Sacerdote y Buen Pastor, quien a través de los cinco obispos que hemos estado con ustedes, ha ido conduciendo su rebaño con amor y llevándolo a frescas aguas y pastos abundantes.

Retomando la palabra profética de Isaías, el Señor Dios nos dice como Iglesia de Tijuana que Él mismo, el Señor, ha sido nuestro salvador en nuestras desgracias y que lleno de amor y clemencia nos ha llevado siempre en sus brazos; pero también el profeta nos dice a nosotros de parte de Dios: “Ustedes son ciertamente, mi pueblo que peregrina en estas tierras de frontera con rostro migrante, mis hijos que no me van a traicionar”.

Cuánto confía el Señor en nosotros, qué tremenda responsabilidad permanecer fieles al Señor, nuestro Dios, como Él ha sido fiel a nosotros: fieles a nuestra vocación, fieles a nuestra misión, antes como Diócesis y ahora como Arquidiócesis de Tijuana.

El apóstol san Pablo en la segunda lectura de la Primera Carta a los Corintios, nos reafirma que, como Diócesis y con toda la Iglesia, estamos en espera de la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo, y que Él nos hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento. Son palabras de promesa, de esperanza, de reto para todos nosotros, permanecer irreprochables hasta el fin. Ésta es, hermanos, nuestra misión: proclamar a Jesucristo como Señor y Salvador y preparar su segunda venida al fin de los tiempos.

Jesús vino hace 2,000 años a nacer en Belén, pero después de morir y resucitar volverá al fin de los tiempos, no como un niño entre pajas, sino como dueño y Señor de toda la creación, para consumar la obra de salvación y entregarle a su Padre Dios lo que Él le había confiado. Hemos de preparar fervorosamente esa parusía, la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo.

Hermanos, alegrémonos por las maravillas que Dios ha hecho, estos 58 años, a través de nosotros y a veces a pesar de nuestras resistencias y limitaciones. Verdaderamente ha hecho maravillas a través de nosotros, porque Jesús, Buen Pastor, Sumo Sacerdote, nuestro Señor y Salvador, está en medio de nosotros. Él sigue cumpliendo su promesa: “Yo estaré con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo”. Por eso, nos estamos nutriendo constantemente de Él en su Palabra y en la fracción del pan, para reconocerlo presente en nuestros hermanos de carne y hueso todos los días de nuestra vida.

Él está en medio de nosotros. En esta diócesis se han hecho maravillas por su presencia y por la acción del Espíritu Santo que se manifiesta y actúa constantemente en medio de su pueblo, de su Iglesia. Alegrémonos, como nos dice Jesús en el Evangelio de hoy, porque nuestros nombres están escritos en el cielo.

Por eso, como ofrenda en este 58 aniversario de nuestra Diócesis de Tijuana, hagamos nuestra la oración de Jesús en el Evangelio: “Te damos gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla, porque así te ha parecido bien”. 

Sí, hermanos, con la sencillez de los pequeños, confiados solamente en la gracia de Dios, sigamos dando gloria a Cristo Jesús en nuestra diócesis de frontera, de rostro migrante, con todas sus riquezas y potencialidades, y con todos los retos que tenemos que enfrentar en estos tiempos difíciles. Aún en medio de la pandemia, Dios nos ha mostrado su amor y su ternura, y nuestra Diócesis ha ido adelante, siempre adelante, con los recursos online y los medios digitales, continuando su labor evangelizadora. Sigamos dando gloria a Cristo Jesús con la sencillez de los pequeños y con un corazón de niño.

También mostremos nuestro amor a la Santísima Virgen de Loreto, Santa Patrona de esta Iglesia particular, que ha peregrinado a nuestro lado a lo largo de todos estos años y gocemos de su maternal intercesión.

Sigamos caminando a ritmo de Iglesia en sinodalidad, caminemos unidos en el amor, unidos en comunión con el Papa Francisco y con todos los obispos de México, impulsando nuestra tarea pastoral cotidiana en las parroquias, movimientos, grupos, asociaciones laicales, en la curia de pastoral, en el seminario y en todas las instancias pastorales, siempre felices, agradecidos y comprometidos en la renovación constante de nuestra amada Arquidiócesis de Tijuana. Así sea.

 

+Francisco Moreno Barrón

Arzobispo de Tijuana

 

Tijuana, B.C. 24 de enero de 2022

 

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