Señor, si quieres, puedes limpiarme

Viernes de la 12a semana del Tiempo ordinario

LECTIO

Evangelio: Mateo 8,1-4

Cuando Jesús bajó del monte, le siguió mucha gente. En­tonces se le acercó un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano, le tocó y le dijo: Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: No se lo digas a nadie, pero ve, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés, para que tengan cons­tancia de tu curación.

 

REFLEXIÓN

Con el capítulo 8 del evangelio de San Mateo se abre una nueva sección dedi­cada a los dieciocho milagros, entendidos como «evan­gelio en acto»: contraprueba de la verdad de la Palabra divina dispensada por Cristo y signos anticipadores del Reino. La lectura de hoy nos presenta el primero de los tres milagros, que tienen como marco la primera salida de Cristo en misión, realiza­dos en beneficio de personas golpeadas por la desgracia y en abierta violación de las normas de precaución y de defensa previstas por la ley: Jesús toca al leproso, está dispuesto a entrar en la casa de un pagano, coge la mano de una mujer enferma. Como se intuye de inmediato, se trata de tres categorías «marginales» o, mejor aún, mar­ginadas en la sociedad judía de aquel tiempo.

El leproso le pide a Jesús que lo ‹purifique», consciente de que su enfermedad es considerada como fruto del pecado y ex­presión de impureza legal. Por eso Jesús, que ha venido a cumplir la ley, envía al leproso al sacerdote, para que verifique la curación que ha tenido lugar. El gesto, ab­solutamente tradicional, que realiza el leproso con el Señor indica, al mismo tiempo, postra­ción ante la divinidad y beso de su imagen. Lo volvemos a encontrar en otras ocasiones en el evangelio de Mateo.

 

ORATIO

Te contemplo presente y operante en mí, oh Señor, ahora que te he recibido en la comunión. Me postro en adoración ante ti y te doy, huésped divino, aquel beso que esperaste en vano de Simón el fariseo, que te había invitado a comer en su casa. Pienso en mis llagas y digo, con todo el arrebato de mi fe: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Secundo tu acción, dado que el contacto que has establecido con mi cuerpo en la comunión va mucho más allá que el de un simple toque, aunque sea taumatúrgico. Tú que vives en mí haz pasar a mis miembros el fruto de tu pasión y de tu resurrección.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Estás buscando el modo de encontrar a Jesús. Intentas en­contrarlo no sólo en tu mente, sino también en tu cuerpo. Bus­cas su afecto y sabes que este afecto implica tanto su cuerpo como el tuyo. El se ha convertido en carne para ti, a fin de que puedas encontrarlo en la carne y recibir su amor en la misma. Sin embargo, queda algo en ti que impide este encuentro. Queda aún mucha vergüenza y mucha culpa incrustadas en tu cuerpo, y bloquean la presencia de Jesús. No te sientes plena­mente a gusto en tu cuerpo; lo consideras como si no fuera un lugar suficientemente bueno, suficientemente bello o suficiente­mente puro para encontrar a Jesús.

Cuando mires con atención tu vida, fíjate cómo ha sido afli­gida por el miedo, un miedo en especial a las personas con autoridad: tus padres, tus profesores, tus obispos, tus guías es­pirituales, incluso tus amigos. Nunca te has sentido igual a ellos y has seguido infravalorándote frente a ellos. Durante la mayor parte de tu vida te has sentido como si tuvieras necesi­dad de su permiso para ser tú mismo. No conseguirás encon­trar a Jesús en tu cuerpo mientras éste siga estando lleno de dudas y de miedos. Jesús ha venido a liberarte de estos vínculos y a crear en ti un espacio en el que puedas estar con él. Quiere que vivas la libertad de los hijos de Dios.

No desesperes pensando que no puedes cambiarte a ti mis­mo después de tantos años. Entra simplemente tal como eres en la presencia de Jesús y pídele que te conceda un corazón libre de miedo, donde él pueda estar contigo. Tú no puedes hacerte distinto. Jesús ha venido a darte un corazón nuevo, un espíritu nuevo, una nueva mente y un nuevo cuerpo. Deja que él te transforme con su amor y te haga así capaz de reci­bir su afecto en la totalidad de tu ser (H. J. M. Nouwen, La voce dell'amore, Brescia 21997, pp. 62-64, passim [edición española: Lo voz interior del amor, Promoción Popular Cristiana, Madrid   1997]).

 

Mons. Salvador Cisneros G.

P. Santa Teresa de Ávila

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