Ustedes son la luz del mundo

Si vivimos las bienaventuranzas, nuestra vida tendrá una proyección social. Es Jesús mismo quien lo dice empleando dos metáforas inolvidables. Aunque seamos un grupo pequeño, podemos ser «sal de la tierra» y «luz del mundo». ¿No es una pretensión exagerada? La sal no parece gran cosa, pero comienza a producir sus efectos, precisamente, cuando se mezcla con los alimentos y parece que ha desaparecido. Lo mismo sucede cuando se enciende una luz: sólo puede iluminar cuando la ponemos en medio de las tinieblas.

Jesús no está pensando en una Iglesia separada del mundo, encerrada en sí misma y en sus problemas. Quiere introducir en la historia humana un grupo de seguidores, capaces de transformar la vida viviendo las

bienaventuranzas.

Todos sabemos para qué sirve la sal. Por una parte, no deja que los alimentos se corrompan. Por otra, les da sabor y permite que los podamos saborear mejor. Los alimentos son buenos, pero se pueden corromper; tienen sabor, pero nos pueden resultar insípidos. Es necesaria la sal. El mundo no es malo, pero lo podemos echar a perder. La vida tiene sabor, pero nos puede resultar insulsa y desabrida. Una Iglesia que vive las bienaventuranzas contribuye a que la sociedad no se corrompa y deshumanice más. Unos discípulos de Jesús que viven su evangelio ayudan a descubrir el verdadero sentido de la vida.

Pero si los discípulos pierden su identidad, ya no producen los efectos. El cristianismo se echa a perder. La Iglesia queda anulada. Los cristianos están de sobra en la sociedad.

Lo mismo sucede con la luz que sirve para dar claridad. Los discípulos iluminan el sentido más hondo de la vida, si la gente puede ver en ellos «las obras» de las bienaventuranzas. Con su vida han de aportar claridad para que en la sociedad se pueda descubrir el verdadero rostro del Padre del cielo.

Sólo una Iglesia que vive el Evangelio puede responder al deseo original de Jesús.

 

Mons. Salvador CisnerosG.

Parroquia Santa Teresa de Ávila

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