Jesucristo es el rey de la paz y de la justicia
Los cristianos llevamos veinte siglos hablando del amor. Sin embargo, con el lenguaje del amor podemos estar ocultando el mensaje auténtico de Jesús, mucho más directo, sencillo y concreto.
Al final, no se nos juzgará de manera general sobre el amor, sino sobre algo mucho más concreto: ¿Qué hemos hecho cuando nos hemos encontrado con alguien que nos necesitaba?
¿Cómo hemos reaccionado ante los problemas y sufrimientos de personas concretas que hemos ido encontrando en nuestro camino?
Lo decisivo en la vida no es lo que decimos o pensamos, lo que creemos o escribimos. No bastan tampoco los sentimientos hermosos, la compasión o las protestas estériles. Lo importante es ayudar a quien nos necesita.
La mayoría de los cristianos nos sentimos satisfechos y tranquilos porque no hacemos a nadie ningún mal especialmente grave.
Se nos olvida que, según la advertencia de Jesús, estamos preparando nuestro fracaso final, siempre que cerramos nuestros ojos a las necesidades ajenas o eludimos cualquier responsabilidad que no sea en beneficio propio o nos contentamos con criticarlo todo, sin echar nunca una mano a nadie.
La parábola de Jesús nos obliga a hacernos preguntas muy concretas: ¿estoy haciendo algo por alguien? ¿a qué personas puedo yo prestar ayuda? ¿qué hago yo para que reine un poco más de justicia, solidaridad y amistad entre nosotros? ¿qué más podría hacer?
La última y decisiva enseñanza de Jesús es ésta: el reino de Dios es y será siempre de los que aman al pobre y le ayudan en su necesidad. Esto es lo esencial y definitivo. Pero «lo esencial es invisible a los ojos» y queda oculto para quienes no saben amar gratis.
Un día se nos abrirán los ojos y descubriremos con sorpresa que el amor es la única verdad y que Dios reina allí donde hay hombres y mujeres capaces de amar y preocuparse por los demás.
Mons. Salvador Cisneros
Parroquia Santa Teresa de Ávila