Ánimo, hijo, tus pecados te quedan perdonados

Jueves  de la semana 13 del Tiempo ordinario

LECTIO

Evangelio: Mateo 9,1-8

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, cruzó el lago y fue a su propia ciudad. Entonces le trajeron un paralítico tendido en una camilla. Jesús, viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: Ánimo, hijo, tus pecados te quedan perdonados. Algunos maestros de la Ley decían para si: «Éste blasfema». Jesús, dándose cuenta de lo que pensaban, les dijo: ¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados quedan perdonados; o decir: Levántate y anda? Pues vais a ver que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder para perdonar los pecados. Entonces se volvió al paralítico y le dijo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó y se fue a su casa. Al verlo, la gente se llenó de temor y daba gloria a Dios por haber dado tal poder a los hombres.

 

ORATIO

Tal vez, Señor, tu Palabra sea demasiado fuerte, de­masiado pura, para que nuestro corazón pueda resistir frente a ella. Tal vez, oh Jesús, tu amor por el hombre sea demasiado grande para que podamos hacernos ver­daderamente capaces de él. Tal vez, oh Padre, tu mise­ricordia siga pareciéndonos sólo debilidad y tu juicio se presente a nuestros ojos como demasiado duro.

Oh Dios, envía tu Espíritu para que asista a nuestra escucha, a fin de que seamos capaces de darnos cuenta de la responsabilidad que tenemos en tu juicio y de nuestra fragilidad en tu perdón: así encontraremos siempre las palabras con las que darte gracias y alabarte por las bendiciones que continuamente nos reservas.

 

CONTEMPLATIO

Alma mía, bendice al Señor. Dile, dile al alma tuya: aún estás en esta vida, aún llevas sobre ti una carne frá­gil y un cuerpo corruptible que la trae hacia el suelo; aún, pese a la integridad de la remisión, recibiste la me­dicina de la oración; aún dices, ¿no es verdad?, en tan­to curan bien tus debilidades: Perdónanos nuestras deu­das. Dile, pues, a tu alma, valle humilde, no collado erguido; dile a tu alma: Bendice, alma mía, al Señor y no quieras olvidar ninguno de sus favores. ¿Qué favores? Dilos, enuméralos y agradécelos. Él perdona todos tus pecados. Esto aconteció en el bautismo. Y ¿ahora? Él sana todas tus enfermedades. Esto ahora lo reconozco (Agustín, Sermón 124, 4 [edición española de Amador del Fueyo, BAC, Madrid 1952]).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El tiempo de Dios no es el nuestro. Tú no puedes contarle a Dios los años y los días; Dios es fiel. Puedo escrutar los signos de este día como los centinelas apostados durante la noche acechan los signos de la aurora […]. Esta gracia tiene un precio muy elevado, no es una gracia barata. Requiere vaciamientos y abandonos, requiere la renuncia a sí mismo, requiere que respondamos de modo franco a la pregunta que ha emergido en la cultura más reciente: «¿No seré tal vez, por el hecho de ser, un asesino?». O sea, si me aíslo en mi yo, convirtiendo mi pro-pio ser en el bien absoluto y en el centro de todas las cosas, ¿no suscito así el resentimiento del otro, que se planta ante mí como enemigo? Pensad en lo que dice Fray Cristóbal a Lorenzo frente al jergón de Don Rodrigo, que está muriendo en la leprosería: «Tal vez la salvación de este hombre y la tuya dependan ahora de ti, de un sentimiento tuyo de perdón, de compasión… de amor». ¿Comprendéis? Amar al que le había arruinado la vida (I. Manani, Tre follie, Milán 1986, p. 24).

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

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