DICHOSOS LOS POBRES

El evangelio  nos presenta la proclamación fundamental de Jesús condensada en las bienaventuranzas. Y también sus lamentos, expresiones de luto frente a situaciones tan negativas que nos conduce a la muerte.

Jesús dirige las bienaventuranzas a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran, a los perseguidos, como declaración de felicidad. Los declara felices, no por un determinado comportamiento ético que los haga merecedores, sino porque su dicha se fundamenta en la cercanía y la misericordia de Dios que se hace presente. Los declara felices no porque la pobreza en sí sea buena, sino porque son los destinatarios de la acción misericordiosa de Dios.

La perspectiva de Lucas es diversa de la de Mateo. Mientras las bienaventuranzas de Mateo subrayan las actitudes interiores con las que se debe acoger el reino, como la misericordia, la justicia o la pureza de corazón, Lucas se dirige y declara felices a aquellos que viven en situaciones concretas de pobreza y marginación.

La bienaventuranza central  es la dirigida a los pobres. Los pobres son aquellos que carecen de alimento, casa, vestido y libertad. Son los que tienen a Dios como único defensor  y debido a su condición de infelicidad pueden confiar sólo en el auxilio divino. Son los primeros destinatarios del ministerio de Jesús. Son los que padecen carencias muchas veces a causa de la injusticia, el abuso y la explotación. De ellos es el reino de Dios, pues con Jesús se ha manifestado la predilección y la misericordia de Dios hacia ellos.

La última bienaventuranza es dirigida a los cristianos que son odiados, excluidos e insultados a causa de su fe en Cristo. Su felicidad no consiste en el padecer, sino en la conciencia de estar llamados a poseer un “una recompensa grande en el cielo”.

Las dos primeras amenazas se dirigen como lamento a los opulentos y acomodados de este mundo, que viven indiferentes ante la miseria de los pobres y satisfechos de lo que son y lo que poseen. Los dos últimos ayes tienen como destinatarios a los que ríen y a los que tienen buena fama. Aquellos a los insensatos o necios  que viven en una felicidad ilusoria creyéndose seguros de si mismos. Son los “falsos profetas” porque hablan en nombre de Dios, pero por oportunismo, con el fin de tranquilizar la conciencia de quienes los escuchan y alcanzar privilegios de todo tipo en la sociedad.

Monseñor Salvador Cisneros Gudiño

Parroquia Santa Teresa de Ávila

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