Les aseguro que todo el que reciba a quien yo envíe, me recibe a mí mismo

Jueves de la cuarta semana de pascua

 

LECTIO

 

Evangelio: Juan 13,16-20

 

En aquel tiempo, tras haber lavado Jesús los pies a sus discípulos, les dijo: Yo les aseguro que un siervo no puede ser mayor que su señor, ni un enviado puede ser superior a quien lo envió.

Sabiendo esto, serán dichosos si lo ponen en práctica. No estoy hablando de todos; yo sé muy bien a quiénes he elegido. Pero hay un texto de la Escritura que debe cumplirse: El que come mi pan se ha vuelto contra mí. Les digo estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan crean que yo soy. Les aseguro que todo el que reciba a quien yo envíe, me recibe a mí mismo y, al recibirme a mí, recibe al que me envió.

 

ORATIO

Sí, Señor mío, también yo pertenezco a la categoría de los siervos de nombre y de los servidos de hecho. Me gustaría ser considerado siervo tuyo, y algo menos ser considerado siervo de los otros. Porque si bien, teniendo todo en cuenta, ser considerado siervo tuyo es algo que gratifica, convertirse en siervo de los hombres no parece ni agradable ni honorable. Y por eso no he gustado aún la bienaventuranza del servicio: demasiadas palabras y pocos hechos; mucha teoría y poca práctica; mucha exaltación de los santos que han servido y poco compromiso con el servicio; muchas palabras hermosas para aquellos que me sirven y muy pocas ganas de pasar a su bando.

Señor misericordioso, abre mis ojos a las muchas ilusiones que cultivo sobre mi servicio; refuerza mis rodillas, que se niegan a plegarse para lavar los pies; da firmeza a mis manos, que se cansan de coger el barreño con el agua sucia por el polvo pegado a los pies de los viajeros que llaman a mi puerta. He de confesarte, Señor, que soy muy, muy débil, que ando muy lejos de tu ejemplo de vida.

Concédeme tu Espíritu para ahuyentar mis miedos y para vencer mis timideces.

Señor, ten piedad de mis hermosas palabras sobre el servicio. Señor, ten piedad de mis escasas obras. Señor, ten piedad de mi corazón, que no conoce todavía la bienaventuranza del servicio verdadero y humillante.

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ha llegado la hora. Y el primer gesto es ir a coger un lavamanos. ¿Qué debe hacer quien sabe que dentro de poco morirá? Si ama a alguien y tiene algo para dejarle, debe dictar su testamento.

Nosotros nos hacemos traer papel y pluma. Cristo fue a coger una cubeta, una toalla, y derramó agua en un recipiente. Aquí empieza el testamento; aquí, tras secar el último pie, podría terminar también… «Les he dado ejemplo…» Si tuviera que escoger una reliquia de la pasión, escogería entre los flagelos y las lanzas aquel aguamanil redondo de agua sucia. Dar la vuelta al mundo con ese recipiente bajo el brazo, mirar sólo los talones de la gente; y ante cada pie ceñirme la toalla, agacharme, no levantar los ojos más allá de la pantorrilla, para no distinguir a los amigos de los enemigos. Lavar los pies al ateo, al adicto a la cocaína, al traficante de armas, al asesino del muchacho en el cañaveral, al explotador de la prostituta en el callejón, al suicida, en silencio: hasta que hayan comprendido.

A mí no se me ha dado ya levantarme para transformarme a mí mismo en pan y en vino, para sudar sangre, para desafiar las espinas y los clavos. Mi pasión, mi imitación de Jesús a punto de morir, puede quedarse en esto (L. Santucci, Una vita di Cristo. Volete andavene anche voi? Cinisello B. 1995', pp. 205207, passim).

 

Mons. Salvador Cisneros.

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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