El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos

Lectura

 

Evangelio según San Marcos 9,30-37.

 

Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará". Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?". Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado". 

 

ORATIO

 

Señor Jesús, ¡qué bien comprendo la falta de comprensión de tus apóstoles! Me siento en gran medida uno de ellos en lo referente a la lejanía de la cruz y el rechazo instintivo de todo lo que lleva el amargo sabor del sufrimiento. Me parece más fácil oír hablar de la cruz, y mejor aún si el discurso es elegante o soy yo mismo quien habla de ella. Sin embargo, el discurso se queda en la periferia de la vida: hablo de ella como si se tratara de un objeto de estudio. O bien me gusta ver la cruz, y tanto mejor si es artística o, al menos, de una factura apreciable. Hay muchas, de todas las dimensiones, de todos los colores, de todos los materiales y de todos los precios. Sí, porque las cruces también se pueden comprar. Sin embargo, por muy preciosas que sean, no valen gran cosa.

A lo máximo, consigo llevar la cruz… en el cuello o colgada en la solapa de la chaqueta. Ahora bien, la cruz no está hecha para ponerla en un collar ni para colgarla en la solapa de una chaqueta, sino para llevarla en el corazón. La cruz debe estar dentro, clavada en el corazón y en el cerebro. Esto me resulta difícil, e incomprensible desde el punto de vista racional. Figurémonos, además, tener que llevar la cruz de los demás. Muchas veces ni siquiera la veo y, cuando la descubro, me parece más cómodo escabullirme, fingir que no la he visto. En algunas ocasiones consigo decir una palabra de circunstancias, pero llevar «los unos los pesos de los otros» me parece tan poco común que me alineo fácilmente y de buena gana con la mayoría. Simplemente, me oculto como un forajido. Señor, perdona esta huida mía de la cruz, y recuérdame siempre que, sin las tinieblas del Viernes santo, no surgirá nunca la mañana del Domingo de resurrección.

 

 

 REFLEXIÓN

 

Jesús anuncia por segunda vez a sus discípulos su pasión y su muerte, para irles educando en lo que significa ser seguidor suyo. Pero tampoco esta vez parecen muy dispuestos ellos a entender lo que les está queriendo decir. También nosotros podemos tener dificultades en querer entender la lección que Jesús dio a los apóstoles. Tendemos a ocupar los primeros lugares, a buscar nuestros propios intereses, a despreciar a las personas que cuentan poco en la sociedad y de las que no podemos esperar gran cosa. Eso de buscar los primeros puestos no pasa sólo en el mundo de la política. También nos puede pasar en nuestro mundo familiar. A nadie le gusta ser «servidor de todos» o «ser el último de todos».

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

 

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