La vida nace del amor
La vida no es un derecho, la vida es gran un don. Y el don, la gracia o lo gratuito, no es consecuencia de ningún derecho, sino del amor.
Por eso, lo que contraría al amor, se opone a la vida. El odio pone fin a la vida y siembra la muerte. El egoísmo asfixia la vida, la interrumpe y desertiza la tierra fecunda y fecundada.
La vida nace del amor, ésa es su raíz, que no el derecho. Tampoco la muerte es un derecho, aunque habrá que reconocer el derecho a morir dignamente para descalificar tantas ansias de matar. También la muerte es un don. Pero es un don, porque nos lleva a una nueva vida, no porque sea fin de la vida. Aunque en el campo de nuestra experiencia aparezca como fin de esta vida. Lo que supone un alivio para la inmensa mayoría de la humanidad, mortificada hasta el extremo.
Debería bastarnos el testimonio perenne de la naturaleza no humana, que muere cada invierno y resucita cada pascua florida, para entender que la vida no termina, se transforma. (…).
La fe cristiana es fe en la vida, porque es fe en Jesús que vive. Ciertamente pasó por la experiencia de la muerte, para desvelarnos su misterio y la esperanza, pero resucitó y vive para siempre.
Así lo confesamos y proclamamos los cristianos: creemos en la resurrección, creemos en la vida sin fin. No sólo en la vida que esperamos, sino en el don de la vida que ya poseemos y disfrutamos y reclamamos para nosotros y para todos los hombres.
Por eso creer en la resurrección es apostar por la vida frente a la muerte y a los sistemas que recurren a la muerte como solución o justificación de cualesquiera intereses. Y en esta apuesta nos hemos comprometido con la vida, para hacerla posible, para favorecerla en todos, para defenderla en todos los niveles, para colmarla de sentido, para humanizarla, hasta descubrir en ella y por ella al verdadero dador del multiforme y siempre sorprendente don de la vida.
Mons. Salvador Cisneros G.
Parroquia Santa Teresa de Ávila