Vocación y Sacerdocio: “La vida de un sacerdote es ante todo la historia de salvación de un bautizado”

Para comprender la identidad del sacerdocio,

hoy es importante vivir en estrecha relación con la vida real de la gente,

junto a ella, sin ninguna vía de escape…”

 

Pastoral para la Comunicación.- En el contexto de esta Semana Santa, especialmente en torno a la Misa Crismal que se celebra anualmente y en la cual nuestros sacerdotes en comunión con nuestro Obispo renuevan sus promesas sacerdotales, compartimos algunos fragmentos del Discurso que el Papa Francisco compartió el 17 de febrero de 2020 en el marco de los trabajos del Simposio “Por una teología fundamental del sacerdocio”, organizado por la Congregación para los Obispos y el Centro de Investigación y Antropología de las Vocaciones. Sin duda, un inspirador discurso inaugural ante un auditorio en el que se encontraban cardenales, sacerdotes, laicos y religiosos.

A continuación, algunas notas:

  • El sacerdote durante su vida pasa por distintos estados y momentos; personalmente he pasado por distintos estados y momentos y rumiando las mociones del espíritu constaté que, en algunas situaciones, inclusive en momentos de pruebas, dificultades y desolación, cuando vivía y compartía la vida de determinada manera, permanecía la paz.

  • El tiempo que vivimos, es un tiempo que nos pide no solo detectar el cambio, sino acogerlo con la consciencia de que nos encontramos ante un cambio de época, esto lo he repetido ya varias veces. Si teníamos dudas sobre esto, el Covid lo hizo más que evidente ya que su irrupción es mucho más que una cuestión sanitaria, mucho más que un resfriado.

  • El cambio siempre nos presenta diferentes modos de afrontarlo; el problema es que muchas acciones y actitudes pueden ser útiles y buenas, pero no todas tienen sabor a Evangelio. El centro de la cuestión está en esto, en discernir si el cambio y las acciones tienen o no sabor a Evangelio. Por ejemplo, buscar formas codificadas, ancladas en el pasado y que nos “garantizan” una forma de protección contra los riesgos, “refugiándonos” en un mundo o en una sociedad que no existe más (si es que alguna vez existió).

  • Otra actitud puede ser la de un optimismo exacerbado -“todo estará bien”-; ir demasiado lejos sin discernimiento y sin las decisiones necesarias. Este optimismo termina por ignorar los heridos de esta transformación y no logra asumir las tensiones, complejidades y ambigüedades propias del tiempo presente y “consagra” la última novedad como lo verdaderamente real, despreciando así la sabiduría de los años.

  • La vida sacerdotal se ve afectada por tantos desafíos, y un síntoma de ello es la crisis vocacional que en distintos lugares aflige a nuestras comunidades. Sin embargo, es cierto que esto se ha debido frecuentemente a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, por lo que no inspiran entusiasmo ni atracción, como por ejemplo las comunidades funcionales, bien organizadas, pero carentes de entusiasmo, donde todo está bien, pero falta el fuego del espíritu.

Nuestra vocación es en primer lugar una respuesta a Aquel que nos amó primero (cf. 1 Jn 4,19). Y esta es la fuente de esperanza ya que, aun en medio de la crisis, el Señor no deja de amar y, por tanto, de llamar. Y de esto cada uno de nosotros es testigo: un día el Señor nos encontró allí donde estábamos y como estábamos, en ambientes contradictorios o con situaciones familiares complejas.

Las actitudes que dan solidez a la persona del sacerdote son a vez las cuatro columnas constitutivas de nuestra vida sacerdotal y que llamaremos las “cuatro cercanías”, porque siguen el estilo de Dios, que fundamentalmente es un estilo de cercanía.

  • Un sacerdote es invitado ante todo a cultivar esta cercanía, esta intimidad con Dios, y de esta relación podrá obtener todas las fuerzas necesarias para su ministerio. La cercanía con Jesús nos invita a no temer a ninguna de estas horas no porque seamos fuertes, sino porque lo miramos a Él, nos aferramos a él y le decimos: «¡Señor, no me dejes caer en la tentación! Hazme comprender que estoy viviendo un momento importante en mi vida y que tú estás conmigo para probar mi fe y mi amor» (C. M. Martini, La fuerza de la debilidad. Reflexiones sobre Job, Salterrae 2014, 84).

  • Muchas crisis sacerdotales tienen precisamente origen en una escasa vida de oración, en una falta de intimidad con el Señor, en una reducción de la vida espiritual a mera práctica religiosa. ¿Cómo va tu vida espiritual? Recuerdo momentos importantes en mi vida donde esta cercanía con el Señor fue crucial para sostenerme, para sostenerme en los momentos oscuros.

  • Es difícil aceptar dejar el activismo que es agotador, —tantas veces el activismo puede ser una fuga— porque cuando uno deja de estar ocupado, la paz no llega inmediatamente al corazón, sino la desolación; y para no entrar en desolación, estamos dispuestos a no parar nunca. El trabajo es a veces una distracción para no entrar en desolación. Pero la desolación es un poco también el punto de encuentro con Dios.

  • La cercanía con Dios permite al sacerdote tomar contacto con el dolor que hay en nuestro corazón y que, si se acepta, nos desarma hasta hacer posible el encuentro. La oración que como fuego anima la vida del sacerdote es el grito de un corazón quebrantado y humillado, que —nos dice la Palabra— el Señor no desprecia (cf. Sal 50,19). «Cuando uno grita, el Señor lo escucha / y lo libra de sus angustias; / el Señor está cerca de los atribulados, / salva a los abatidos» (Sal 34, 18-19).

  • Vivir la cercanía al su Obispo, esta cercanía durante mucho tiempo sólo se leía en forma unilateral. Como Iglesia con demasiada frecuencia, e incluso hoy, hemos dado a la obediencia una interpretación lejana al sentir del Evangelio. Obedecer, en este caso al obispo, significa aprender a escuchar y recordar que nadie puede pretender ser el poseedor de la voluntad de Dios, y que ésta sólo puede entenderse a través del discernimiento. La obediencia, por tanto, es escuchar la voluntad de Dios, que se discierne precisamente en un vínculo.

  • La actitud de escucha permite madurar la idea de que cada uno no es el principio y fundamento de la vida, sino que necesariamente debe confrontarse con otros. -Esta lógica de las cercanías ―en este caso con el obispo, pero que también rige para las otras― posibilita romper toda tentación de encierro, de autojustificación y de llevar una vida “de solteros”, o de “solterones”. Cuando los sacerdotes se cierran, terminan como “solterones”, con todas las manías de los “solterones”, y eso no está bien.

  • No es casualidad que el mal, para destruir la fecundidad de la acción de la Iglesia, busque socavar los vínculos que nos constituyen. Defender los vínculos del sacerdote con la Iglesia particular, con el instituto a que se pertenece y con su propio obispo hace que la vida sacerdotal sea digna de crédito. Esto pide necesariamente que los sacerdotes recen por los obispos y se animen a expresar su parecer con respeto, valor y sinceridad. Pide también de los obispos, humildad, capacidad de escucha, de autocrítica y de dejarse ayudar. Si defenderemos este vínculo avanzaremos con seguridad en nuestro camino.

  • Cercanía entre los sacerdotes, cercanía a Dios, cercanía a los obispos y cercanía a los sacerdotes. Es precisamente a partir de la comunión con el obispo que se abre la tercera cercanía, que es la de la fraternidad. También la fraternidad como la obediencia no puede ser una imposición moral externa a nosotros. Un proverbio africano que ustedes conocen bien dice: “Si quieres ir rápido tienes que ir solo, mientras que si quieres ir lejos tienes que ir con otros”. A veces parece que la Iglesia es lenta —y es verdad—, pero me gusta pensar que es la lentitud de quien ha decidido caminar en fraternidad. También acompañando a los últimos, pero siempre en fraternidad.

  • El amor fraterno no busca el propio interés, no deja espacio a la ira, al resentimiento, como si el hermano que está a mi lado me hubiera defraudado de alguna manera. Y cuando encuentro la miseria del otro, estoy dispuesto a olvidar para siempre el mal recibido, a no convertirlo en el único criterio de juicio, hasta el punto de gozar quizás de la injusticia cuando se refiere precisamente a quien me ha hecho sufrir.

  • El amor fraterno para los presbíteros no queda encerrado en un pequeño grupo, sino que se declina como caridad pastoral (cf. Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 23), que impulsa a vivirlo concretamente en la misión.

  • Me atrevería a decir que ahí donde funciona la fraternidad sacerdotal, la cercanía entre sacerdotes, hay lazos de auténtica amistad, también es posible vivir con más serenidad la elección del celibato. El celibato es un don que la Iglesia latina custodia, pero es un don que para ser vivido como santificación requiere relaciones sanas, vínculos de auténtica estima y de genuina bondad que encuentran su raíz en Cristo.

  • Cercanía al pueblo, muchas veces he señalado como la relación con el Pueblo Santo de Dios no es para cada uno de nosotros un deber sino una gracia. «El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 272). Es por eso que el lugar de todo sacerdote está en medio de la gente, en una relación de cercanía con el pueblo.

  • Frente a la tentación de encerrarnos en discursos y discusiones interminables sobre la teología del sacerdocio o sobre teorías de lo que debería ser, el Señor mira con ternura y compasión y ofrece a los sacerdotes las coordenadas desde donde discernir y mantener vivo el ardor por la misión: cercanía, que es tierna y compasiva, cercanía a Dios, al obispo, a los hermanos presbíteros y al pueblo que le fue confiado. Cercanía con el estilo de Dios que es cercano, compasivo y tierno.

Link para el discurso completo de S.S. Francisco

https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2022/february/documents/20220217-simposio-teologia-sacerdozio.html

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