Angelus: Adviento, visita del Señor a la humanidad

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El comienzo del nuevo año litúrgico, es decir el del  nuevo camino de fe del pueblo de Dios que se abre con el Adviento, fue el tema del ángelus dominical del Papa rezado a mediodía con los miles de fieles presentes en la Plaza de San Pedro.

El Santo Padre recordó que la página del evangelio de la liturgia de hoy nos introduce en uno de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la visita del Señor a la humanidad. “Como sabemos, la primera visita – dijo – se produjo con la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda sucede en el presente: el Señor nos visita continuamente, cada día, camina a nuestro lado y es una presencia de consuelo; al final, llegará la tercera, la última visita, que profesamos cada vez que rezamos el Credo: “De nuevo vendrá en la gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”. El Señor nos habla hoy de esta última visita, la que se producirá al final de los tiempos, y nos dice dónde llegará nuestro camino”.

“La Palabra de Dios –prosiguió- pone de relieve el contraste entre el desarrollo normal de las cosas, la rutina cotidiana, y la venida improvisa del Señor. Dice Jesús: “En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos”. Nos sorprende siempre pensar en las horas que preceden una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas habituales sin darse cuenta de que su vida está a punto de trastornarse. Ciertamente el Evangelio no quiere atemorizarnos, sino abrir nuestro horizonte a la dimensión ulterior, más grande, que por una parte relativiza las cosas de cada día, pero al mismo tiempo las hace preciosas, decisivas. La relación con el Dios-que-viene-a-visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una luz diversa, un espesor, un valor simbólico”.

“Desde esta perspectiva llega también una invitación a la sobriedad, a no dejarse dominar por las cosas de este mundo, por las realidades materiales, sino más bien a gobernarlas. Si, por el contrario, nos dejamos condicionar y arrollar por ellas, no podemos percibir que hay algo muy importante: nuestro encuentro final con el Señor. Y esto es lo importante. Eso, aquel encuentro. Y las cosas de cada día deben tener este horizonte, deben encaminarse hacia ese horizonte. Este encuentro con el Señor que viene por nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio, “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado”. Es una invitación a la vigilancia, porque  como no sabemos cuándo Él vendrá, hay que estar siempre listos para partir”.

“En este tiempo de Adviento, estamos llamados a ensanchar el horizonte de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades. Para ello es necesario aprender a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene en la hora en que no lo imaginamos. Viene para introducirnos en una dimensión más bella y más grande”.

“¡Que Nuestra Señora, Virgen del Adviento –terminó-  nos ayude a no considerarnos propietarios de nuestra vida, a no oponer resistencia cuando el Señor viene para cambiarla, sino a estar preparados para dejarnos visitar por Él, huésped esperado y grato incluso si trastorna nuestros planes!”.

 

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