El bautismo de Jesús

La liturgia de este domingo celebra el bautismo de Jesucristo. En la epifanía del Jordán, Cristo aparece como el profeta que pone su vida al servicio del designio de Dios. Cristo salvador de todos los hombres es el tema de la liturgia de hoy.

 

Cuando todo el pueblo se hacía bautizar por Juan, también Jesús acude a hacerse bautizar. El justo se mezcla con los pecadores y se sumerge con ellos en las aguas del Jordán.

 

Con el mismo impulso de amor con que había entrado en nuestra historia, Jesús baja ahora al Jordán, confundido con aquella multitud que se confiesa pecadora.

 

Surge después del agua y con él son elevados los penitentes del Jordán y todos los hombres de buena voluntad que a lo largo de los siglos buscan a Dios. Para todos ellos ora Jesús. Y estando en oración se abre el cielo.

 

La voz del Padre y la manifestación del Espíritu dan testimonio de que Jesús de Nazaret es el Hijo amado, el gran profeta prometido a Israel, el ungido por el Espíritu de Dios. Se ha cumplido el anuncio del siervo en quien Dios se complace, para que lleno del Espíritu se compadezca del hombre vacilante y lleve luz a las naciones y libertad a los prisioneros.

 

Jesús comunicará este Espíritu a todos los que, creyentes, que incorporados a Cristo, podrán oír la voz que hoy resuena en el Jordán: "Tu eres mi hijo. En ti me he complacido.".

 

Nuestro bautismo nos ha sumergido en la muerte de Cristo porque nos hace desear ardientemente la Pascua de Cristo en su memorial eucarístico, y porque nos empuja hacia otra Pascua, la de la vida concreta, en la que debemos pasar continuamente de muerte a vida, de las tinieblas a la luz, del egoísmo al amor, del pecado a la gracia.

 

Cada domingo confesamos un solo bautismo: el de Jesucristo. Creemos que, al bajar al Jordán y al derramar su sangre, consagró el agua bautismal de todas las iglesias. No se bautizó para purificarse él mismo, sino para santificar nuestro bautismo como signo de la paternidad de Dios y de la conversión de los hombres.

 

El bautismo de  Cristo

 

Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él.

 

Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.

 

Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa.» Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.

 

Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.

 

También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del diluvio.

 

Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta. Ojalá que todos estemos ya purificados, para que, como astros en el firmamento, nos convirtamos en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo nos hagan resplandecer, como lumbreras perfectas.

 

 

Nuestro bautismo

 

El bautismo es un resplandor para las almas, un cambio de vida, el obsequio hecho a Dios por una conciencia bondadosa. El bautismo es una ayuda para nuestra debilidad.

 

El bautismo es el desprendimiento de la carne, la obediencia al Espíritu Santo, la comunión con el Verbo, la restauración de la criatura, la purificación del pecado, la participación de la cruz, la desaparición de las tinieblas.

 

El bautismo es un vehículo que nos conduce hacia Dios, una muerte con Cristo, el sostén de la fe, la perfección del espíritu, la llave del reino de los cielos, el cambio de la vida, el fin de nuestra esclavitud, la liberación de nuestras cadenas, la transformación de nuestras costumbres.

 

El bautismo es el más bello y el más sublime de los dones de Cristo.

 

Nosotros lo llamamos don, gracia, bautismo, unción, iluminación, vestido de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo que hay de más precioso. Don, porque se confiere a aquellos que nada aportan; gracia, porque se da incluso a los culpables, bautismo, porque el pecado queda sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real como son los ungidos, iluminación, porque es luz brillante; vestido, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y porque es manifestación del señorío de Dios.

 

Hoy todos los bautizados deberían recordar que Jesús descendió hasta las aguas del Jordán y recibió el bautismo de Juan, para que nosotros podamos subir y alcanzar la liberación del mal por medio de la efusión purificadora del Espíritu.

 

Mons. Salvador Cisneros

Parroquia Santa Teresa de Ávila

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